EL SEÑOR MI GUÍA, Octavius Winslow




"Guiará con cuidado a las recién paridas".
Isaías 40:11  (LBLA)

En otras palabras, aquellos que están abrumados, y necesitan un hábil, seguro y tierno Guía. Tal es Jesús, y como tal, se cumple la Escritura, que no puede ser quebrantada, lo que se profetizó acerca de Él. “He aquí, lo he puesto por testigo a los pueblos, por GUÍA” (Isa. 55:4 LBLA).

Necesitamos esa clase de Guía como lo es Jesús. Nuestro viaje al Cielo es a través de un desierto horrible y yermo, a través de un país enemigo, todos armados y unidos para resistir, disputar y oponerse a cada paso de nuestro camino. También es una senda inexplorada y desconocida. A la entrada de todo nuevo camino está escrito —“No habéis pasado antes por este camino” (Jos. 3:4 LBLA). Una nueva curva tiene lugar en nuestra vida, un nuevo sendero en nuestro peregrinaje se presenta, acarreando nuevos deberes y responsabilidades, nuevas preocupaciones y pruebas; y, como los discípulos que tuvieron gran temor cuando los cubrió la nube en el Monte Tabor (Monte Alto), con temor y temblor debemos amoldarnos a la nueva situación encubierta por la nube, que Dios en Su bondad nos ha designado.

Pero, ¿cuál es el porqué de estas dudas, estos temblores y temores? Jesús es nuestro Guía. Él conoce todos los caminos que tomamos, ha trazado todas las rutas, ha establecido todos los caminos, y no nos guiará a través de ningún deber, ninguna aflicción o sufrimiento que no haya pasado antes que nosotros, dejándonos ejemplo para que pudiéramos seguir Sus pasos. Como Maestro, nos conduce a toda la verdad; como Capitán nos dirige de victoria en victoria; como Pastor nos lleva a pastos verdes; como Guía, nos encamina a lo largo de nuestro difícil camino, de manera hábil, dulce y adecuada, cumpliendo de este modo Su preciosa promesa: “Yo te haré entender y te enseñaré el camino en que debes andar; te aconsejaré con mis ojos puestos en ti” (Sal. 32:8). 

¡Oh, que combinaciones de bendiciones se concentran en Cristo, que fluyen como rayos de luz del sol, como corrientes de agua del manantial, tocando en cada punto, en cada lugar y en cada momento de todas las circunstancias, necesidades y tribulaciones de Su Iglesia.

¿Y CÓMO nos guía Jesús? 

Él nos guía teniendo misericordia de nosotros. Nos guía a la conversión por medio de Su Espíritu fuera de nosotros mismos, y fuera del camino ancho que lleva a la destrucción hacia Cristo, al camino angosto, no más que el camino eterno. Nos guía a lo largo de todo el trayecto, y a través de todas las pruebas de nuestra vivencia cristiana y no nos abandona aun cuando nuestras complexiones sean graves, y nuestros testimonios opacados, y nuestra fe asaltada, y nuestra alma cubierta de oscuridad, frecuentemente densa oscuridad, como con un paño mortuorio. ¿Quién podría de manera hábil, paciente y leal guiarnos a lo largo de todos los laberintos, complejidades, y peligros de nuestra trayectoria cristiana de forma segura hacia la gloria sino Cristo nuestro Guía?

Él nos guía conforme a Su providencia. “Sobre ti fijaré mis ojos” (Sal. 32:8). Ha sido de manera singular, pero se ha observado verdaderamente que, “aquellos que observan las providencias del Señor nunca carecerán de una providencia para contemplar”. El ojo de Dios, por el cual guía a Su pueblo, es Su providencia, por lo tanto sería sabio de nuestra parte mantener un ojo de fe de manera vigilante y contante sobre el ojo de Su providencia, observando cada mirada e interpretando todo vistazo como guiándonos en el camino que deberíamos ir.

Encomiéndate, ¡oh alma mía! con confianza a la dirección del Señor. El camino puede parecer completamente incorrecto, pero es el camino correcto. El misterio puede rodearlo, las pruebas pueden pavimentarlo, las penas pueden oscurecerlo, las lágrimas pueden rociarlo, y sin ninguna mirada que responda o alguna voz que resuene para que sea posible librar o animar su soledad; sin embargo, Él le está guiando por el camino correcto a casa. “Y guiaré a los ciegos por camino que no sabían, les haré andar por sendas que no habían conocido; delante de ellos cambiaré las tinieblas en luz, y lo escabroso en llanura. Estas cosas les haré, y no los desampararé” (Isa. 42:16).
“Ahora, Señor, creyendo en Tu Palabra, lleva a cabo esta promesa. Soy una ciega y pobre criatura, sin saber mi camino; y cuando veo el camino, con frecuencia estoy tan agobiado, que no puedo caminar. Tómame de la mano, y guíame poco a poco y dirígeme habilidosamente hasta que los días de este viaje se terminen, y esté en casa contigo para siempre.

Has prometido guiar cuidadosamente a los de poco ánimo y débiles que no pueden desplazarse, y también a los que aún menos pueden seguir el paso de las ovejas.

¡Señor, Guíame!”

(Por gentileza de E. Josué Zambrano Tapias)

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