EL SEÑOR MI PASTOR, Octavius Winslow




"El Señor es mi pastor; nada me faltará".
Salmos 23:1


El oficio pastoral de Jesús está en una hermosa armonía con la existencia de Su pueblo que está bajo la similitud de un Rebaño. Y no hay alguna parte de Su obra mediadora la cual esencialmente supone más, o claramente evidencia más, la doble naturaleza de nuestro Señor, que esta.

Para cumplir completamente los deberes de Pastor de Su Pueblo debe poseer todas las perfecciones de Dios, en igual balance con todos los atributos del hombre. Él debe ser divino para conocer, mantener y guardar a Su rebaño; Él debe ser humano para conseguir su salvación, y para comprender y socorrerlos en sus pruebas, debilidades y tentaciones. Ambos de estos extremos de su ser —el Infinito y el finito— se encuentran en Dios nuestro Pastor.

Nuestro Señor es un Pastor amoroso. Pero oh, ¿que lápiz puede describir la inmensidad del amor de Cristo para con Sus ovejas —Su único Pueblo? De la manera en que nuestra fe esté en proporción con ese amor de Cristo que tiene hacia nosotros, así será el estado de nuestros corazones hacia Él. El Señor dirige tu corazón, amado —quizás herido por el pecado o sombreado con tristeza— a las profundidades de este infinito océano de amor divino; para que, llenando las aguas poca profundas, y arrastrando lejos las desagradables debilidades, fracasos, y pecados de tu vida cristiana, puedas caminar en su feliz y santa influencia. ¡Oh, no pierdas de vista Su amor de Pastor!

Cristo es un Pastor expiatorio. Esta fue Su propia declaración: “Yo pongo mi vida por mis ovejas” (Jn. 10:15). Estas palabras no admiten interpretación racional e inteligente distinta a esta, “nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios” (Efe. 5:2). Entonces, ¿cual debería ser la influencia santificadora de la expiación de Cristo? ¿No debería Su muerte por el pecado, ser nuestra muerte al pecado? Cuán poderosamente el apóstol expresó esta verdad: “Quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tit. 2:14). Piensa, alma mía, en el poder de tu Pastor. Cuando David quería validar su habilidad para confrontar al jactancioso Goliat, él le recordó a Saúl que había asesinado tanto al león y como al oso, que habían invadido el rebaño de su padre. Cristo, nuestro verdadero David, el Señor nuestro Pastor, ha vencido  a todos nuestros enemigos —condenando el pecado, hiriendo a Satanás, conquistando la muerte y la tumba— y de esta manera ha demostrado Su poder para asesinar al león y al oso en todos nuestros enemigos espirituales, que siempre están merodeando, siempre vigilando, y siempre procurando molestar, herir, y si es posible, destruir las ovejas dadas a Él por el Padre, y compradas con Su propia sangre preciosa expiatoria. “No perecerán para siempre, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Jn. 10:28).

Es la competencia especial del Pastor proveer pasto adecuado y abundante para las ovejas. Esto es lo que hace más fielmente. Él provee los pastos verdes de Su Palabra en la cual por medio del Espíritu Santo nos guía. Aún más, Él ha provisto para nosotros Su carne para comer y Su sangre para beber, figurativamente y espiritualmente. Verdaderamente Él ha preparado una mesa de la más deliciosa y costosa provisión en el desierto, y ante nuestros enemigos, que Él mismo preside, diciendo a cada huésped bienvenido, “Coman, oh amigos, beban, sí, beban abundantemente, oh amados”.

Toma asiento, oh amado, y deja que tu alma se deleite con los manjares. ¿Porqué deberías estar flaco y hambriento, aunque una hambruna pueda imperar, cuando todas las promesas de Dios son tuyas, y toda la provisión del Evangelio es tuya, y todos los suministros del Pacto son tuyos, y, sobre todo, toda la plenitud de Jesús es tuya? Entre estos campos divinos tú puedes deambular, alimentarte, y descansar hasta que el Pastor te llame a los más ricos pastos en lo Alto. Hasta entonces, quédate cerca al lado del Pastor —el único Jesús— y aliméntate con las demás ovejas —el ÚNICO Pueblo de Cristo—, y haz todo lo que puedas para agrandar el rebaño y para difundir el renombre del Pastor que te rescató con Su propia sangre, que te buscó en el día nublado y oscuro, y que, colocándote sobre Su hombro, te llevó cuidadosamente de vuelta a Su redil.

(Por gentileza de E. Josué Zambrano Tapias)

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