"Procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres",
Hechos 24:16
En realidad los mandamientos que Dios nos ha dado están dirigidos a la vida de su Hijo en nosotros. En consecuencia, para nuestra naturaleza humana en la cual se ha formado su Hijo, sus mandamientos son difíciles. Pero, tan pronto como obedecemos se vuelven fáciles debido a la intervención divina.
La conciencia es esa facultad que hay en mí que se acopla a la norma más alta que yo conozco y que luego me recuerda continuamente lo que ella me exige hacer. Es el ojo del alma que dirige su mirada hacia Dios o hacia lo que consideramos la norma más elevada. Esto explica por qué las personas no tienen la misma conciencia. Si yo tengo el hábito de confrontar mi vida con Dios, una y otra vez, la conciencia siempre me dirigirá a su perfecta Ley indicándome lo que debo hacer. La pregunta es: ¿Obedeceré? Es necesario que yo me esfuerce para que mi conciencia se mantenga con tanta sensibilidad que pueda caminar sin ofensa. Debo vivir en una armonía tan perfecta con el Hijo de Dios que en todas las circunstancias se renueve el espíritu de mi mente y yo pueda comprobar rápidamente "cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta", Romanos 12:2; ver también Efesios 4:23.
Dios siempre nos instruye hasta en el más mínimo detalle. ¿Mi oído es tan sensible que puede escuchar el susurro más suave del Espíritu, para que sepa lo que debo hacer? "Y no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios", Efesios 4:30. Él no habla con una voz de trueno, su voz es tan suave que fácilmente la podemos pasar por alto. Lo único que mantiene nuestra conciencia sensible a su llamado es el hábito de tener un corazón abierto para Dios. Cuando empieces a discutir en tu interior, para inmediatamente. Si te preguntas "¿Porqué no debo hacer esto?", estás equivocado. No hay controversia válida una vez que tu conciencia habla. Cuando permites que haya algo que opaque tu comunión interior con el Señor, lo haces bajo tu propio riesgo. Déjalo, sin importar lo que sea y ten cuidado de mantener clara tu visión interior.
Debemos desarrollar hábitos piadosos que expresen lo que la gracia de Dios ha hecho en nosotros. No se trata de que Él nos salvó del infierno, sino de que fuimos salvos para que la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. Lo desagradable es lo que nos permite revelar su vida en nuestra carne mortal. ¿Muestra mi vida la dulzura inherente al Hijo de Dios, o sólo la irritación propia de la naturaleza de mi "yo" separado de Él? Lo único que hará posible que yo disfrute de lo desagradable es el deseo intenso de permitir que la vida del Hijo de Dios se manifieste en mí. No importa lo difícil que algo me resulte, yo debo decir: "Señor, me deleito en obedecerte en esto". Inmediatamente el Hijo de Dios se ubicará en el primer plano y en mi vida humana se manifestará lo que glorifica a Jesús.
No debes discutir. En el instante que obedeces la luz de Dios, Jesús brilla en ti en ese punto en particular. Pero si discutes con Él, entristeces al Espíritu (ver Efesios 4:30). Debes mantenerte dispuesto para que la vida del Hijo de Dios se manifieste en ti. Pero no puedes conservar esta disposición si le das cabida a la auto-compasión. Nuestras circunstancias son el medio que Dios usa para revelar de manera maravillosa cuan perfecto y extraordinariamente puro es su Hijo. Lo que debe hacer latir nuestro corazón con un entusiasmo renovado es el descubrimiento de una nueva manera de manifestar al Hijo de Dios. Una cosa es elegir lo desagradable y otra muy diferente participar en ello porque Dios lo ha planeado y dirigido así. Y si Dios te pone allí, Él es ampliamente suficiente y "suplirá todo lo que os falta", Filipenses 4:19.
Mantén tu alma dispuesta para que se manifieste la vida del Hijo de Dios. Nunca vivas de los recuerdos de experiencias pasadas, sino deja que la Palabra de Dios siempre esté viva y activa en ti.
"Para que también ... la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos"
2 Corintios 4:10
Debemos desarrollar hábitos piadosos que expresen lo que la gracia de Dios ha hecho en nosotros. No se trata de que Él nos salvó del infierno, sino de que fuimos salvos para que la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. Lo desagradable es lo que nos permite revelar su vida en nuestra carne mortal. ¿Muestra mi vida la dulzura inherente al Hijo de Dios, o sólo la irritación propia de la naturaleza de mi "yo" separado de Él? Lo único que hará posible que yo disfrute de lo desagradable es el deseo intenso de permitir que la vida del Hijo de Dios se manifieste en mí. No importa lo difícil que algo me resulte, yo debo decir: "Señor, me deleito en obedecerte en esto". Inmediatamente el Hijo de Dios se ubicará en el primer plano y en mi vida humana se manifestará lo que glorifica a Jesús.
No debes discutir. En el instante que obedeces la luz de Dios, Jesús brilla en ti en ese punto en particular. Pero si discutes con Él, entristeces al Espíritu (ver Efesios 4:30). Debes mantenerte dispuesto para que la vida del Hijo de Dios se manifieste en ti. Pero no puedes conservar esta disposición si le das cabida a la auto-compasión. Nuestras circunstancias son el medio que Dios usa para revelar de manera maravillosa cuan perfecto y extraordinariamente puro es su Hijo. Lo que debe hacer latir nuestro corazón con un entusiasmo renovado es el descubrimiento de una nueva manera de manifestar al Hijo de Dios. Una cosa es elegir lo desagradable y otra muy diferente participar en ello porque Dios lo ha planeado y dirigido así. Y si Dios te pone allí, Él es ampliamente suficiente y "suplirá todo lo que os falta", Filipenses 4:19.
Mantén tu alma dispuesta para que se manifieste la vida del Hijo de Dios. Nunca vivas de los recuerdos de experiencias pasadas, sino deja que la Palabra de Dios siempre esté viva y activa en ti.
(Por gentileza de E. Josué Zambrano Tapias)
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