Libro: GUÍA ESPIRITUAL, Miguel de Molinos




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EXTRACTOS DEL LIBRO 
"GUÍA ESPIRITUAL"


El asunto de este libro es 
desarraigar la rebeldía de nuestra propia voluntad para alcanzar la paz interior

El camino de la paz interior es ajustarnos en todo con lo que la divina voluntad dispone. En todo debemos someter nuestra voluntad a la voluntad divina; pues esto es la paz en nuestra voluntad: que esté en todo conforme con la voluntad divina. (Hugo Cardinalis en Salmo 13, Is. 59: 8). 

Los que en todo quieren que suceda y se haga conforme a su gusto [no niegan sus deseos, no se niegan a sí mismos], no han llegado a conocer este camino (No conocieron el camino de la paz. Salmo 13, Is. 59: 8) ni quieren andar por él; y así viven una vida amarga y desabrida, siempre inquietos y alterados sin encontrar el camino de la paz, que es el de la conformidad total con la voluntad divina.

Esta conformidad [con Su voluntad] es el yugo suave [Mt. 11: 30] que nos introduce en la región de la paz y serenidad interior. Por donde conoceremos que la rebeldía de nuestra voluntad es la causa principal de nuestra inquietud, y que por no sujetarnos al yugo suave de la voluntad divina, padecemos turbaciones y desasosiegos

¡Oh, almas! Si rindiésemos nuestra voluntad a la voluntad divina y a todas sus disposiciones, ¡qué tranquilidad experimentaríamos! ¡Qué paz! ¡Qué serenidad interior! ¡Qué suma felicidad y ferviente bienaventuranza! 

Este, pues, ha de ser el asunto de este libro; quiera el Señor darme su divina luz para descubrir las sendas secretas de este camino interior y suma felicidad de la perfecta paz.
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Y para que lo sea en este punto, quiero darle las señales por donde conocerá esta vocación [llamado] a la meditación
- La primera y principal es no poder contemplar, y si se puede contemplar, es con notable inquietud y fatiga, mientras ésta no provenga de la indisposición del cuerpo, ni desazón del natural, ni de humor melancólico, ni sequedad nacida de la falta de preparación.

Se debe de saber que no es ninguna de estas faltas, sino vocación verdadera, cuando se le pasa un día, un mes y muchos meses sin poder discurrir en la oración
 
Llévala el Señor al alma por la meditación, -dice la santa madre Teresa- queda el entendimiento muy inhabilitado para meditar en la Pasión de Cristo, que como la contemplación es todo buscar a Dios, cuando una vez se halla, y queda acostumbrada el alma, por obra de la voluntad, a volverle a buscar, no quiere cansarse con el entendimiento (Morada VI, Capítulo 7).

- La segunda señal es que aunque le falte la devoción sensible, busca la soledad y 
huye de la conversación

- La tercera, que la lectura de los libros espirituales le suele dar fastidio, porque no le hablan de la suavidad interior, que está dentro de su interior, sin que ya lo conozca [los libros no le aportan nada nuevo]

- La cuarta, que si bien está privada del discurso, a pesar de todo eso, se halla con propósito firme de perseverar en la oración

- La quinta, reconocerá un conocimiento grande y confusión de sí misma, aborreciendo la culpa y haciendo de Dios más alta estima.  
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Dice San Juan Damasceno (De Pide, Lib. 111, Capítulo 24) y otros santos, que la oración es una subida o levantamiento del entendimiento hasta Dios. Dios es superior a todas las criaturas, y no puede el alma mirarle y tratar con Él sino elevándose sobre todas ellas. Este amigable trato que el alma tiene con Dios, que es la oración, se divide en contemplación y meditación.

Cuando el entendimiento considera 
con atención los misterios de nuestra santa fe para conocer sus verdades, discurriendo sus particularidades y ponderando sus circunstancias para mover los afectos en la voluntad, este discurso y piadoso afecto se llama propiamente contemplación.

Cuando ya el alma conoce la verdad (ya sea por el hábito que ha adquirido con los discursos, o porque el Señor le ha dado particular luz) y tiene los ojos del entendimiento en la sobredicha verdad, 
mirándola sencillamente, con quietud, sosiego y silencio, sin tener necesidad de consideraciones ni de discursos, ni otras pruebas para convencerse, y la voluntad está amando, admirándose y gozándose en ella; ésta se llama propiamente oración de fe, de quietud, recogimiento interior, meditación o meditación infusa.

Siempre que se alcanza el fin, cesan los medios, y llegando al puerto, cesa la navegación. Así el alma, si después de haberse fatigado por medio de la contemplación llega a la quietud, el sosiego y reposo de la meditación, debe entonces suprimir los discursos y reposar quieta; con una atención amorosa y sencilla vista de Dios, mirándole y amándole, desechando con suavidad todas las imaginaciones [divagaciones] que se le ofrecen, aquietando el entendimiento en aquella divina presencia, recogiendo la memoria [el pensamiento, la "loca de la casa" le llamaba Sta. Teresa], fijándola toda en Dios, contentándose con el conocimiento general y confuso que de Él tiene por la fe, aplicando toda la voluntad en amarle, que es donde estriba todo el fruto.

Importa dejar todo ser creado, todo lo que es sensible, todo lo que es inteligible, afectivo; y finalmente todo aquello que es y lo que no es, para arrojarse en el amoroso seno de Dios; que Él nos devolverá todo lo que hemos dejado, acompañado de fortaleza y eficacia, para amarle más ardientemente; cuyo amor nos mantendrá dentro de este santo y bienaventurado silencio, que vale más que todos los actos juntos. Dice Santo Tomás: es muy poco lo que el entendimiento puede alcanzar de Dios en esta vida; pero es mucho lo que la voluntad puede amar.

Con justa razón dicen los santos que la contemplación obra con trabajo y con fruto; la meditación obra sin trabajo, con sosiego, paz, deleite y mucho mayor fruto. La contemplación siembra y la meditación recoge; la contemplación busca y la meditación halla; la contemplación rumia el manjar, la meditación lo gusta y se sustenta con él.
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La meditación, es perfecta e infusa, en la cual -como dice Santa Teresa- habla Dios al hombre suspendiéndole y atajándole el pensamiento y tomándole (como dicen) la palabra de la boca, que, aunque quiera, no puede hablar, si no es con mucha pena. Entiende que, sin ruido de palabras, le está enseñando el Divino Maestro, suspendiéndole las potencias, porque si obrasen antes dañarían que aprovecharían. Gozan sin entender cómo gozan. Está el alma abrasándose de amor y no entiende cómo ama; conoce que goza de lo que ama y no sabe cómo lo goza; bien entiende que no es gozo que alcanza el entendimiento a desearlo; abrázale la voluntad sin entender cómo; mas no pudiendo entender algo, ve que éste bien no se puede merecer con todos los trabajos juntos por ganarle, que se pasan  en la Tierra. Ése es un don del Señor de ella y del Cielo que, en fin, da como quien es y quien quiere y como quiere. En lo cual su Divina Majestad es el que todo lo hace, que es obra Suya sobre nuestra naturaleza. (“Camino de Perfección”, Capítulo XXV). Por donde se infiere que esta meditación perfecta es infusa, la cual da el Señor gratuitamente a quien quiere.
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La tribulación es un gran tesoro con el cual honra Dios en esta vida a los Suyos; por eso los hombres malos son necesarios para los buenos, y también los demonios, que, para solicitar nuestra ruina, nos afligen, y en vez de mal, nos hacen el mayor bien que se pueda imaginar

Para que la vida humana sea aceptable para Dios, no puede estar sin la tribulación, así como el cuerpo sin el alma; el alma sin la gracia y la tierra sin el sol. Con el viento de la tribulación Dios separa, en el campo del alma, la paja del grano.
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La perfección del alma no consiste en hablar, ni en pensar mucho en Dios, sino en amarle mucho. Este amor se alcanza por medio de la resignación perfecta y el silencio interior. 
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Tres formas hay de silencio. El primero es de palabras; el segundo, de deseos, y el tercero, de pensamientos

En el primero, de palabras, se alcanza la virtud; en el segundo, de deseos, se consigue la quietud; en el tercero, de pensamientos, el recogimiento interior

No hablando, no deseando, no pensando, se llega al verdadero y perfecto silencio místico, en el cual habla Dios con el alma; se comunica y la enseña, en su más íntimo fondo, la más perfecta y alta sabiduría.
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Sabe que mientras más esté muerta tu alma en sí misma, tanto más conocerá a Dios. Pero si no atiende a la continua negación de sí misma y a la mortificación interior, no llegará jamás a este estado ni conservará a Dios dentro de sí, y así siempre estará sujeta a los accidentes y pasiones del ánima [alma] que son: juzgar, murmurar, resentir, excusarse, defenderse por conservar su honra y estimación propia; todos ellos enemigos de la quietud, de la perfección, de la paz y del espíritu.
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Grande es la diferencia que hay entre el hacer, el padecer y el morir; el hacer es deleitable y de principiante; el padecer con deseo, es de los que avanzan; el morir siempre a sí mismos es de los avanzados y perfectos, entre los cuales son bien raros los que se hallan en el mundo.
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El alma que se mortifica en dejarlo todo por Dios, entonces comienza a tenerlo todo para la eternidad.

Hay algunas almas que buscan el descanso, otras sin buscarlo gustan de él; otras gustan de pena; y otras la buscan. Las primeras no andan nada; las segundas caminan; las terceras corren y las cuartas vuelan.
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Entre otros santos consejos que se han de observar, atiende al que se sigue: no mires los defectos ajenos, sino los propios; guarda el silencio con una continua conversación interior; mortifícate en todo y a todas horas, y con eso te librarás de muchas imperfecciones y te harás señor de grandes virtudesMortifícate a ti mismo en no juzgar mal jamás a nadie; porque la mala sospecha del prójimo turba la pureza del corazón, le inquieta, hace salir fuera al alma y la desasosiega.
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No tendrás jamás resignación perfecta si miras los respetos humanos [temor de los humanos] y los reflejas en el pequeño ídolo del qué dirán.
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Hay algunas almas, que aunque tienen oración, por no mortificarse [rechazar el bautismo de fuego], siempre se quedan imperfectas y llenas de amor propio. Ten por verdad máxima, que al alma de sí misma despreciada, y que en su conocimiento es nada, nadie le puede hacer agravio ni injuria

Finalmente, espera, sufre, calla, y ten paciencia; 
nada te turbe, nada te espante, que todo se acaba; 
solo Dios no cambia, y la paciencia todo lo alcanza; 
quien a Dios tiene, todo lo tiene; 
quien a Dios no tiene, todo le falta.
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Defectos

Si el alma no cayese en algunos defectos, jamás llegaría a penetrar su miseria, aunque oiga voces vivas y lea libros espirituales. Ni podrá jamás alcanzar la preciosa paz, si primero no conoce su miserable flaqueza; porque es difícil el remedio donde no hay conocimiento claro del defecto.

Permitirá Dios en ti uno y otro defecto, para que con ese conocimiento de tí mismo viéndote tantas veces caído, te persuadas que eres nada; nada en la que se funda la humildad perfecta y la paz verdadera. Y para que penetres mejor tu miseria y lo que eres, quiero darte a entender algunas de tus muchas imperfecciones:
- Estás tan vivo, que si por ventura caminando te detienen el paso, o estorban el camino, sientes el infierno. 
- Si te niegan lo debido o se oponen a tu gusto, te embraveces con sentimiento. 
- Si ves algún defecto en el prójimo, en vez de compadecerle y pensar que estás sujeto a la misma caída, le reprendes con imprudencia.  
- Si deseas algo de comodidad propia y no la puedes alcanzar, te melancolizas y te llenas de amargura.  
- Si recibes del prójimo algún pequeño agravio, te alteras y lamentas. 
De manera que por cualquier niñería te descompones por dentro y por fuera, y te pierdes en ti mismo.

Bien quisieras ejercitar la paciencia, pero solo si otros son pacientes contigo. En cambio, si son impacientes, echas con mucha industria la culpa al compañero, sin considerar que tú mismo eres intolerable

Pasado el rencor, te vuelves con astucia a hacerte virtuoso, dando argumentos y refiriendo sentencias espirituales con sutil ingenio, sin enmendarte de tus pasados defectosAunque te acusas de buena gana, reprendiendo tus culpas en presencia de otras personas, más bien haces esto para justificarte en frente de quienes ven tus defectos, para volver de nuevo a la antigua estima de ti mismo, cosa que te pasa por falta de humildad perfecta.

Otras veces alegas sutilmente que 
te lamentas del prójimo, no por su vicio, sino por celo de justicia.

Te persuades las más veces que eres virtuoso, constante y valeroso hasta dar la vida en manos del tirano, solo por el amor divino, y apenas oyes una palabrita amarga, te afliges, te turbas, y te inquietas. Todas esas, son mañas industriosas del amor propio, y secretas soberbias de tu alma. Conoce, pues, que reina en ti el amor propio, y que para alcanzar esta preciosa paz, ese es el mayor impedimento.
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Nunca serás dañado de los hombres ni de los demonios, sino de ti mismo, de tu propia soberbia, y de la violencia de tus pasiones. Guárdate de ti, porque tú mismo eres para ti el mayor demonio del infierno.
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La persona verdaderamente humilde halla a Dios en todas las cosas, y, así, todo lo que le sucede de desprecios, injurias y afrentas por medio de las criaturas, lo recibe con gran paz y quietud interior, como enviado por la divina mano, y ama sumamente al instrumento, con el cual le prueba el Señor.
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El que se excusa y alega no tiene corazón sencillo y humilde, especialmente si es con los superiores, porque los alegatos nacen de la soberbia secreta que reina en el alma y que es su ruina total.

La terquedad supone poca sumisión, y poca sumisión menos humildad, y ambas juntas son fomento de inquietud, discordia y turbación.

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La persona verdaderamente humilde siempre halla excusa para defender al que le mortifica, por lo menos en la intención sana. ¿Quién se enojará, pues, con el bien intencionado?
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Sabrás que aunque la soledad exterior ayuda mucho para alcanzar la paz interior, no es ésa de la que habló el Señor cuando dijo por su profeta: La llevaré a la soledad (desierto), y la hablaré al corazón (Oseas 2: 14)sino de la interior, que es la única que conduce a alcanzar la preciosa margarita de la paz interior

La soledad interior consiste en el olvido de todas las criaturas, en el desapego y perfecta desnudez de todos los afectos, deseos y pensamientos, y de la propia voluntad. Esta es la verdadera soledad, donde descansa el alma con una amorosa e íntima serenidad, en los brazos del sumo bien.
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No quieras nada y nada te dará molestia, y si deseases algún bien, aunque espiritual, sea de manera que no te inquiete cuando no se consiga.
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Muchos dejan todas las cosas temporales; pero no dejan su gusto, ni su voluntad, ni a sí mismos, y por eso son tan pocas las personas verdaderamente solitarias; porque si el alma no se despega de su gusto, de su apego, de su voluntad, de los dones espirituales y del descanso aun en el mismo espíritu, no podrá llegar a esta suma felicidad de la soledad interior.
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Contemplación infusa y pasiva

Es, pues, la sencilla, pura, infusa y pasiva contemplación, una manifestación experimental e íntima, que da Dios de Sí mismo, de su bondad, de su paz y de su dulzura; cuyo objeto es Dios puro, inefable, abstraído de todos los pensamientos particulares, dentro del silencio interior. Pero es Dios quien nos deleita, Dios quien nos atrae, Dios quien nos levanta dulcemente, con un modo espiritual y purísimo: don admirable que le concede su Divina Majestad a quien quiere, como quiere y cuando quiere, y por el tiempo que quiere, aunque el estado de esta vida es más de cruz, de paciencia, de humildad y de padecer que de gozo.

... Este don es de gracia, Él lo da cuando quiere, a quien quiere y como quiere, sin que se pueda hacer una regla general en esto, ni se puede poner tasa a su divina grandeza; antes bien, por medio de la misma contemplación, la hace negarse, aniquilar y morir.

El alma que se halla en este dichoso estado ha de huir de dos cosas, que son la actividad del espíritu [¿alma?] humano y el apego.
 
La primera, nuestro espíritu humano [¿alma?] no quiere morir en sí mismo, sino obrar y discurrir a su modo usando sus propias operaciones. Es necesaria una gran fidelidad y desnudez de sí mismo para llegar a la perfecta y pasiva capacidad de las divinas influencias; los hábitos continuos de obrar con libertad que tiene, le impiden su aniquilación.

La segunda es el apego a la misma contemplación. Debes, pues, procurar en tu alma una perfecta desnudez de todo cuanto hay, hasta del mismo Dios, sin buscar en lo interior ni en lo exterior, otro fin ni interés que la divina voluntad.

Sabrás que son pocas las almas que llegan a esta oración infusa y pasiva; porque son pocas las que son capaces de estas divinas influencias con total desnudez y muerte de su propia actividad y potencias. Solamente aquellos que experimentan la oración infusa y pasiva lo saben. Esta perfecta desnudez se alcanza mediante la gracia divina con una mortificación continua e interior, muriendo a todas las inclinaciones y deseos propios.
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Conocimiento, versus Palabra de Dios

Los sermones de los doctos no tienen espíritu; aunque se compongan de varias fábulas, de descripciones elegantes, de agudos discursos y exquisitos textos, no son de ninguna manera la Palabra de Dios, sino la de los hombres, adulterada con oro falso.

Estos predicadores corrompen a los cristianos, apacentándolos con viento y vanidad, y así unos y otros quedan vacíos de Dios. Estos maestros pacen en los vientos de las sutilezas venenosas, dando a los oyentes piedras en vez de panhojas en vez de frutos y, en vez de alimento verdadero, tierra desabrida mezclada con miel venenosa. Estos son cazadores de honra, que fabrican siempre un ídolo de estimación y aplauso, en vez de solicitar la gloria de Dios, y el provecho espiritual.

Los que predican con celo y desengaño, predican a Dios: los que predican sin Él se predican a sí mismos.

Aquellos que predican la Palabra de Dios con espíritu, la imprimen en el corazón; los que la predican sin él, llegan sólo al oído

La perfección no consiste en el enseñar sino en el hacer, porque no es más sabio, ni más santo el que conoce verdades, sino el que las ejecuta.

Es un principio constante que la sabiduría divina engendra humildad, y la que es adquirida de los doctos engendra soberbia.

La mayor parte de los hombres de este tiempo son miserables, que solo estudian para satisfacer la insaciable curiosidad de la naturaleza.

Muchos buscan a Dios y no le hallan; porque les lleva más la curiosidad que la intención sincera, pura, limpia; desean más los consuelos espirituales que al mismo Dios; y como no le buscan con verdad, no hallan a Dios ni los placeres espirituales.
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Son raros los hombres en el mundo que aprecian más el oír que el hablarpero el sabio y místico puro no habla si no es forzado, ni se pone en cosa que no le toca por oficio y si lo hace es con gran prudencia.
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Sabrás que el alma que ha de llegar a la ciencia mística se ha de desapegar y negar de cinco cosas:

La primera, de las criaturas; la segunda, de las cosas temporales; la tercera, de los mismos dones del Espíritu Santo; la cuarta, de sí mismo; y la quinta, se ha de desapegar del mismo Dios

Esta última es la más perfecta porque el alma que sabe  desapegarse, es la que se llega a perder en Dios, y solo la que a sí misma se llega a perder, es la que se acierta a hallar.
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La nada es el atajo para alcanzar la pureza del alma, la perfecta contemplación 
y el rico tesoro de la paz interior

... siendo tú, de esta manera, la nada, el Señor será el todo en tu alma.

Un número infinito de almas impiden el fluir abundante de los dones divinos, porque quieren hacer algo y desean ser grandes; todo es salirse de la humildad interior y de su nada.


Nos buscamos a nosotros mismos siempre que salimos de la nada, y por esto no llegamos jamás a la perfección quieta. Éntrate en la verdad de tu nada y de nada te inquietarás, antes bien te humillarás, confundirás y perderás de vista tu propia reputación y estima.

El alma que está dentro de su nada guarda silencio interno, vive transformada en el sumo bien, no apetece nada de todo lo creado, vive en Dios sumergida y resignada en cualquier tormento, porque siempre juzga que sería aún más lo que merece.

Por el camino de la nada has de llegar a perderte en Dios, que es el último grado de la perfección; y si te sabes perder así, serás dichoso, te ganarás y te volverás a hallar. En esta "Oficina de la Nada" se fabrica la sencillez, se halla el recogimiento interior e infuso; se alcanza la quietud y se limpia el corazón de todo tipo de imperfección.

Por este camino has de volver al estado dichoso de la inocencia que perdieron nuestros primeros padres. Por esta puerta has de entrar a la tierra feliz de los vivientes, donde hallarás el sumo bien, la latitud de la caridad, la belleza de la justicia, la línea derecha de la equidad y la rectitud; y, en suma, hallarás toda perfección.

Por último, no mires nada, no desees nada, no quieras nada, no solicites saber nada, y en todo vivirá tu alma descansada en quietud y gozo.
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De la suma felicidad de la paz interior, 
y de sus maravillosos efectos

Aniquilada ya el alma, y renovada con perfecta desnudez, experimenta en la parte superior [el espíritu] una profunda paz y una sabrosa quietud, que la conduce a tan perfecta unión de amor, que en todo jubila. Ya esta alma ha llegado a tal felicidad que no quiere ni desea otra cosa que lo que su Amado quiere; con esta voluntad se conforma en todos los sucesos, así de consuelo como de pena; y juntamente se goza de hacer en todo el divino beneplácito.Tan contenta está en el Paraíso como en la Tierra, tan gozosa en la privación, como en la posesión, en la enfermedad, como en la salud; porque sabe que esa es la voluntad de su Señor.

... ya se ha convertido el hambre en hartura, la sed en saciedad, el temor en seguridad, la tristeza en alegría, el llanto en gozo y la guerra fiera en suma paz.

Debido a esta indiferencia santa y celestial no pierde la paz en las adversidades, ni la tranquilidad en las tribulaciones; antes se mira llena de gozos inefables.

Es, pues, tanta la quietud de esta alma pura, que llegó al "Monte de la Tranquilidad Pura"; es tanta la paz en su espíritu, tanta la serenidad y sosiego en lo interior, que hasta redunda en lo exterior [el cuerpo] un remanente y una vislumbre de Dios.


2 comentarios:

  1. La gloria sea para Elohim, la reivindicación para uno de sus siervos y el agradecimiento para quien lo publica.

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