EXPERIENCIA DE TRATAR CON LA CONSTITUCIÓN O HABILIDAD NATURAL, Witness Lee



(Extracto del Cap. 11 del libro "La Experiencia de Vida": TRATAR CON LA CONSTITUCIÓN NATURAL)

http://www.librosdelministerio.org/books.cfm?id=0605C5

V. APLICAR LA EXPERIENCIA DE TRATAR CON LA CONSTITUCIÓN NATURAL

A. En la comunión del Espíritu Santo

Para poder experimentar el trato con la constitución natural, primero debemos estar en la comunión del Espíritu Santo. Ya sea que tratemos con el yo o con la constitución natural, si deseamos tener una experiencia continua, debemos vivir en la comunión del Espíritu Santo. Para aplicar esta experiencia, necesitamos aplicar la muerte de la cruz por medio del Espíritu Santo. Si no vivimos en la comunión del Espíritu Santo, no podemos vivir dependiendo del Espíritu Santo, ni podemos aplicar la muerte de la cruz.

B. Permitir que el Espíritu Santo
ponga en vigencia la crucifixión de Cristo
a toda área de nuestra constitución natural según sea descubierta

Si nosotros vivimos en la comunión del Espíritu Santo, necesitamos permitir que el Espíritu Santo ponga en vigencia la crucifixión de Cristo a todas las áreas de nuestra constitución natural que descubramos. En otras palabras, cada vez que descubramos nuestra inteligencia, astucia y capacidad, debemos aplicarles la muerte de la cruz inmediatamente. De este modo el sello de la muerte de la cruz es aplicado a todas las expresiones prácticas de la constitución natural. Esto no es meramente una aceptación una vez y para siempre; esto también deberá ser una aplicación diaria. Debemos aplicar la cruz a nuestra constitución natural a diario, momento a momento. Desde el comienzo mismo, cuando aceptamos la obra de la cruz, debemos permitir que Dios toque toda expresión de nuestra constitución natural en la comunión del Espíritu Santo. Podemos ser ricos en pensamiento y muy idóneos, sin embargo, debemos recibir la cruz y llevar la cruz; la cruz debe continuamente hacer la obra de quebrantarnos; entonces después de cierto período, todo lo que provenga de nuestra constitución natural gradualmente estará en el estado de haber pasado por la muerte y llegado a la resurrección.

UNA PALABRA DE CONCLUSIÓN

Tratar con el yo y tratar con la constitución natural son experiencias más profundas en la etapa de la cruz. Así que, después de haber estudiado estas dos experiencias haremos un resumen de las mismas.
Tratar con el yo y tratar con la constitución natural son extremadamente importantes en nuestra experiencia espiritual. Estas no sólo están relacionadas con la vida, sino también con el servicio. Tratar con el yo y tratar con la constitución natural son preparativos para nuestro servicio a Dios. Si deseamos tener el tipo de servicio que concuerda con el deseo que Dios tiene en Su corazón, es necesario tratar con el yo y con la constitución natural. Hablando con propiedad, aquellos que nunca han sido tratados en su yo o en su constitución natural no pueden servir a Dios.
Este asunto es claramente demostrado en la vida de Moisés. Antes de que Dios lo usara, la obra que Dios hizo en él fue tratar con su yo y con su constitución natural. Cuando él tenía cuarenta años, tenía una constitución natural muy fuerte. “Fue enseñado Moisés en toda la sabiduría de los egipcios; y era poderoso en sus palabras y obras” (Hch. 7:22). Así que, él estaba a punto de usar sus propias fuerzas para libertar a los israelitas. Un día, cuando él vio a un egipcio que golpeaba a un hebreo, es decir, uno de sus hermanos, él mató al egipcio y lo escondió en la arena. Esto fue su fuerza o estratagema natural. Sin embargo, esta constitución natural suya, no podía ser usada por Dios. Dios no puede usar a quien obra para Él usando sus propias habilidades naturales. Así que, Dios lo puso en una situación que le obligó a huir al desierto, y por cuarenta años Dios lo afligió y lo trató para poder acabar con su constitución natural. Cuando Moisés escribió el Salmo 90 él dijo: “Los días de nuestra edad son setenta años; y ... en los más robustos son ochenta años” (v. 10). No fue sino hasta cuando tuvo ochenta años, que de acuerdo a su propio cálculo era el tiempo de los días de debilidad cercanos a la muerte, que Dios lo llamó y lo usó. Además, en el tiempo en que Dios le llamó, Dios hizo que él viera la visión de la zarza ardiente que no se consumía, lo cual le indicaba que el poder de la obra de Dios se manifestaría a través de él, pero sin utilizar como combustible lo que él tenía por nacimiento, es decir, su constitución natural.
Cuando estudiamos la vida de Moisés, vemos que desde que fue llamado por Dios, nunca más usó su propio poder y habilidad en su obra para Él. Desde el primer momento en que él vio a Faraón en Egipto hasta que murió en el monte Nebo (cuarenta años), a pesar de que él todavía tenía habilidad, ésta ya no era natural, sino que había pasado por el quebrantamiento y la resurrección.
Además, tratar con la constitución natural y con el yo son cosas íntimamente relacionadas. Aquellos que son hábiles e idóneos, siempre tienen muchas opiniones. Si alguien no tiene opiniones ni ideas, seguramente no tiene capacidad. Debido a que las habilidades naturales de Moisés habían sido tratadas, durante los cuarenta años que sirvió al Señor él no tuvo sus propias opiniones o ideas. Aunque él oraba a Dios, sólo buscaba el consejo de Él; nunca expresó sus propias opiniones o ideas, excepto en una ocasión. La única excepción ocurrió cuando fue irritado por los israelitas, que habló precipitadamente y golpeó la roca dos veces; fuera de esto él no cometió ningún error en cuarenta años. Él sirvió a Dios no conforme a su propia fuerza o a sus propias opiniones. Él fue una persona que ciertamente había sido completamente liberada del yo y de la constitución natural. Por lo tanto, él llegó a ser la persona más usada por Dios en los tiempos del Antiguo Testamento.
Según este mismo principio Dios dirigió a los israelitas a que le sirvieran a Él en el desierto. Cuando los israelitas fueron llevados al desierto, donde Dios deseaba que ellos le sirvieran, la primera lección que ellos tuvieron que aprender fue que sus fuerzas así como sus opiniones tenían que ser puestas a un lado. Ellos no podían servir a Dios con sus fuerzas ni tampoco podían servirle de acuerdo a sus propias opiniones. Los medios por los cuales ellos servían a Dios eran el Tabernáculo y las ofrendas. El Tabernáculo indicaba que todos sus caminos y actividades relacionados con el servicio de Dios tenían que concordar con el patrón mostrado en el monte, según la revelación de Dios y no según sus propias opiniones. Las ofrendas indicaban que su servicio solamente podía ser aceptable y satisfacer a Dios si era ofrecido por medio de los sacrificios y no de su propia habilidad y capacidad. Por lo tanto, cuando Dios en el monte Sinaí preparó a los israelitas para que le sirviesen, les dio, por un lado, el Tabernáculo, mostrándoles la necesidad de poner a un lado su propia opinión, y por otro, les dio las ofrendas, las cuales mostraban la necesidad de poner a un lado su constitución natural. El servicio ofrecido por medio del Tabernáculo no contenía ninguna opinión propia, mientras que el servicio por medio de las ofrendas no contenía ninguna constitución natural. Ya que tanto el Tabernáculo como las ofrendas tipifican a Cristo, debemos tomar a Cristo como nuestra sabiduría y nuestro camino, así como nuestra fuerza y habilidad, permitiéndole que reemplace nuestra propia opinión y nuestra constitución natural; de este modo, podemos servir a Dios.
Una persona cuyo yo ha sido negado y cuya constitución natural ha sido quebrantada delante de Dios es debilitada y disminuida; por consiguiente, Cristo crece en él. Esta no sólo es una gran crisis en su vida y servicio espirituales, sino que en sí misma es un asunto muy serio a los ojos de Dios. A través de todas las generaciones, el propósito de Dios ha sido dirigir a Sus santos a que pasen por la etapa de que su constitución natural sea quebrantada para que así alcancen la plenitud de Cristo. Podemos ver esto en la Biblia en la vida de muchos personajes que fueron guiados por Dios. Esto no sólo es cierto en el caso de Moisés, sino también en el de Abraham y el de Jacob. El período de la vida de Abraham que precedió y siguió al nacimiento de Ismael, y los veinte años que Jacob permaneció en Padan-aram son iguales a los cuarenta años de Moisés en el desierto, y éstos muestran la condición del hombre que vive en la constitución natural. No fue sino hasta que Abraham fue circuncidado, hasta que el tendón del muslo de Jacob fue tocado y vino a ser cojo, y hasta que Moisés alcanzó la edad de ochenta, que la condición de ellos presentó el quebrantamiento de su constitución natural. Habiendo pasado a través de este quebrantamiento, hubo un gran cambio en su condición delante de Dios.
Dios no sólo dirigió a los santos del Antiguo Testamento de tal forma, sino que también usó muchos objetos y situaciones en la Biblia para tipificar este asunto. Por ejemplo, el establecimiento del Tabernáculo y la travesía de los israelitas por el desierto tipifican la experiencia espiritual de un cristiano, en cuya vida el quebrantamiento de la constitución natural ocupa un lugar importante.
Primero consideraremos la tipología del arreglo interno del Tabernáculo, tal como estaba dividido, en atrio, lugar santo y lugar santísimo. Estas tres secciones muestran las tres etapas de nuestra experiencia espiritual. En el atrio están el altar y el lavacro; el altar tipifica la redención de la cruz, con el énfasis en resolver el problema del pecado para que podamos experimentar salvación; el lavacro representa la limpieza del Espíritu Santo, subrayando el lavamiento de nuestras contaminaciones mundanas para que podamos ser renovados. Por lo tanto, el atrio tipifica la primera etapa de nuestra salvación, la cual es casi equivalente a las primeras dos etapas de nuestra experiencia espiritual de vida.
En el lugar santo están la mesa de los panes de la proposición, el candelero de oro y el altar de oro del incienso. Los panes de la proposición tipifican a Cristo como nuestro suministro de vida para nuestra satisfacción y disfrute. El candelero de oro tipifica a Cristo como nuestra luz para nuestra iluminación. El altar de oro del incienso tipifica a Cristo como nuestra aceptación delante de Dios para que podamos tener paz y gozo. Estas son las condiciones de experimentar a Cristo como nuestra vida. Estos aspectos se aproximan, en tipología, a la tercera etapa de nuestra vida espiritual, una etapa que incluye experiencias más profundas. No obstante, en estas experiencias todavía está el elemento de los sentimientos del alma. Por lo tanto, la condición de aquellos que están en esta etapa está llena de altibajos y no es muy estable.
Después del lugar santo está el lugar santísimo. En el lugar santísimo sólo está el arca, la cual contiene las tablas del pacto, la urna de oro con maná y la vara de Aarón que reverdeció (He. 9:4). Las tablas del pacto tipifican a Cristo como la luz, y corresponden al candelero de oro en el lugar santo. El maná escondido tipifica a Cristo como el suministro de vida, equivalente a los panes de la proposición en el lugar santo. La vara de Aarón que reverdeció tipifica a Cristo como nuestra aceptación ante Dios, y corresponde al altar de oro del incienso en el lugar santo. Por lo tanto, estos tres objetos en el arca son iguales en naturaleza y en tipología a los tres objetos en el lugar santo; no obstante, las condiciones han cambiado. En el lugar santo, los panes de la proposición están exhibidos, la luz de la lámpara está alumbrando, y el altar de oro del incienso está emitiendo fragancia; todos ellos se manifiestan externamente. Sin embargo, en el lugar santísimo, estos tres aspectos están ocultos. Los panes de la proposición que permanecían expuestos ahora son el maná escondido, el candelero que alumbra viene a ser la ley escondida, y el fragante altar de incienso viene a ser la vara escondida que reverdeció.
La condición que se ve en el lugar santísimo tipifica la condición que se ve en nuestro espíritu. Cuando el hombre se vuelve a su espíritu, entra al lugar santísimo. El ya no vive según el sentir del alma, ni tampoco expone nada ante los hombres. Todo está escondido, ya no está en la superficie, sino muy profundo. En esta etapa, su vida espiritual alcanza el grado de madurez. Por consiguiente, la condición que se ve en el lugar santísimo tipifica la cuarta etapa de nuestra experiencia en la vida espiritual.
¿Cómo podemos entrar a la experiencia profunda del lugar santísimo partiendo de la experiencia superficial del atrio? Necesitamos pasar por dos crisis. Primero, tenemos que pasar la cortina que separa el atrio del lugar santo. Según la Biblia, esta cortina no constituye una separación tan grande y no es tan difícil de cruzar. Segundo, para entrar al lugar santísimo desde el lugar santo, necesitamos pasar el velo. Este velo es una gran crisis. Para que uno entre al lugar santísimo, el velo tiene que ser rasgado. Que este velo sea rasgado tipifica el quebrantamiento de nuestro ser. Por lo tanto, este tipo nos muestra que nuestro ser tiene que ser rasgado, y nuestro yo y la constitución natural quebrantados, entonces seremos capaces de dejar nuestra condición superficial para entrar en la profundidad del espíritu; entonces tendremos comunión con Dios cara a cara y viviremos en la presencia de Dios, es decir, viviremos en Dios. Por lo tanto, el quebrantamiento de nuestra constitución natural es ciertamente un gran momento crucial en nuestra senda espiritual.
De igual manera, la travesía de los israelitas al entrar a Canaán también tipifica la senda espiritual del cristiano. Canaán se refiere a la esfera celestial y es comparable al lugar santísimo. Aquellos que entraron a Canaán estaban viviendo en el lugar santísimo. Ellos vagaron en el desierto por cuarenta años, hasta que gradualmente la vieja creación murió. El paso del Jordán se compara con el rasgar del velo. Desde aquel entonces, su carne fue puesta a un lado.
Por consiguiente, debemos empezar desde el altar e ir hacia adelante, hasta que un día experimentemos el rasgar del velo y entremos al lugar santísimo. Debemos también comenzar nuestra travesía desde el monte Sinaí e ir hacia adelante hasta que lleguemos al Jordán, donde nuestra vieja creación es tratada; entonces podremos entrar a la tierra de Canaán. La generación vieja de los israelitas representa todo lo que pertenece a la vieja creación en nosotros, es decir, nuestra carne, nuestro yo y la constitución natural. Por consiguiente, cuando Dios rechazó la vieja generación de los israelitas, el significado espiritual es que Dios rechaza todas las cosas que están en nosotros que pertenezcan a la vieja creación. Desde el momento en que comenzamos a aprender a servir a Dios, Él hace que nosotros experimentemos la muerte diariamente para matar y anular en nosotros todo lo que pertenece a la vieja creación. Dios emplea un largo período de tiempo y una larga travesía para dirigirnos a nosotros “los Jacobitas”, quienes hemos hallado gracia delante de Dios, y a “los israelitas”, quienes hemos sido redimidos, para que al fin todos los aspectos de nuestra carne, la opinión propia y la constitución natural puedan ser manifestados uno por uno en nuestra experiencia práctica; entonces uno por uno Él los mata por nosotros. Por lo tanto, cuando veamos que nuestra carne y nuestras opiniones son expuestas en la iglesia, no debemos atemorizarnos o sentirnos preocupados, porque si no son expuestas, permanecerán ocultas; pero una vez que son expuestas, tenemos liberación.
Ciertamente, tratar con la carne, el yo y la constitución natural requiere muchos años. Los israelitas en el desierto durante cuarenta años no hicieron otra cosa que servir a Dios; algunos cargaban la tienda de reunión, algunos mataban las ovejas y los bueyes, y algunos preparaban los panes de la proposición en el lugar santo. Cuando la columna de nube se levantaba y la trompeta sonaba, todos marchaban. Ellos vivieron de esta manera por cuarenta años antes de que la vejez fuera completamente purgada. De la misma manera, nosotros hoy como cristianos debemos pagar el precio, abandonar el mundo, buscar al Señor, llevar el testimonio de Dios, servir diariamente a Dios, e ir adelante con Él; entonces el incidente de Tabera (Nm. 11:1-3), la rebelión de Coré y Datán, y la falta de sumisión de Miriam a la autoridad, más otras numerosas condiciones que revelan la mezcla que hay en nosotros y de las cuales no estamos conscientes, serán gradualmente expuestas. Cuanto más expuestos somos, más estamos siendo purgados. Si vamos adelante de esta manera, y si nos demoramos ocho o diez años para pasar el Jordán y ser limpiados de la vieja creación que hay en nosotros, esto será una inmensa gracia del Señor. Si por el contrario ponemos nuestro corazón en el mundo, y lo que pensamos y hacemos son cosas ajenas a Dios; aunque vayamos a las reuniones y leamos las Escrituras ocasionalmente, aun después de cincuenta años todavía será imposible que nosotros pasemos el Jordán; y tampoco podremos hacerlo hasta el día en que partamos del mundo. Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que podamos ver Su camino y andemos por él.
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http://zoeradio.net/pdf/Experiencia%20de%20vida-La.pdf

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