PRIMERA DE JUAN, Cap. 4 / 4: En el amor no hay temor ni odio, Dr. Stephen Jones





02 de marzo de 2018




12 Nadie ha visto a Dios jamás; si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se perfecciona en nosotros. 13 En esto sabemos que permanecemos en Él y Él en nosotros, en que Él nos ha dado de Su Espíritu. 14 Y hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo para ser el Salvador del mundo.

Juan dice que nadie ha visto a Dios. Cuando Moisés pidió ver la gloria de Dios en Éxodo 33:18, solo se le mostró el resplandor de Dios, porque Dios le dijo en Éxodo 33:20: "No puedes ver mi rostro, porque ninguno me puede ver y vivir". Moisés le pidió ver Su gloria, y Dios le mostró Su "bondad" (Éxodo 33:19). Su bondad es la gloria visible de Dios que podemos ver.

Jesús es la bondad de Dios, "el resplandor de su gloria y la representación exacta de su sustancia" (Hebreos 1:3), Dios hecho visible en la Tierra. Cuando Dios pasó, dice que proclamó el nombre de Yahweh. En hebreo, el nombre de alguien significa su propia naturaleza. En este caso, el nombre de Yahweh fue la revelación de Su naturaleza, es decir, Su bondad.

Juan lleva esta idea un paso más allá, diciéndonos que "porque Él nos ha dado de Su Espíritu", y porque "hemos contemplado y dado testimonio" de Cristo, ahora podemos contemplar la gloria de Dios el uno en el otro, si tenemos ojos para ver. La bondad de Dios ahora se manifiesta en nosotros a medida que vivimos una vida de amor perfeccionado. El amor es la evidencia de "que permanecemos en Él y Él en nosotros", porque es la evidencia de que su Espíritu reside en nosotros.

Por lo tanto, "damos testimonio" de Cristo, y aunque Jesús ha ascendido a la diestra del Padre, el mundo puede seguir contemplándolo mirando a Sus testigos que permanecen en la Tierra. Esta es la razón por la cual los hijos de Dios deben continuar viviendo en esta Tierra. Aquellos que permanecen en la oscuridad necesitan ver la luz y la gloria de Dios viniendo de aquellos que tienen Su Espíritu y que ejemplifican Su amor.

Hay ocasiones en que el poder de Dios se manifiesta, a menudo mediante señales y maravillas, pero el propósito principal de los testigos de Dios es manifestar el amor de Cristo a todos. Los hombres siempre están impresionados por el poder de Dios, pero las vidas son transformadas por la revelación de Su amor.


Permaneciendo en amor
1 Juan 4:15 continúa diciendo:

15 El que confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios.

"Confesar que Jesús es el Hijo de Dios" es más que verbalizar las palabras. Las palabras deben estar motivadas por una fe genuina. Esto nos lleva a la parte anterior del capítulo, donde el apóstol escribe en 1 Juan 4:2: "Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios". En otras palabras, esta confesión, cuando se verbaliza, debe ser la expresión del espíritu de uno como respuesta a escuchar la voz de Dios, la única que puede producir fe (Romanos 10:17).

Esta genuina confesión, o profesión de fe, es evidencia de que uno ha recibido la semilla incorruptible de la Palabra y ha sido engendrado por Dios. Por lo tanto, se puede decir que "Dios permanece en él y él en Dios". De esta relación íntima con el Padre, este "nuevo hombre" es "Cristo en ti" (Colosenses 1:27), y se nos da una nueva identidad, ya no siendo el viejo hombre del alma carnal, sino el nuevo hombre del espíritu.


16 Y hemos venido a conocer y hemos creído el amor que Dios tiene por nosotros. Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él.

Permanecer en Dios es permanecer en amor, porque "Dios es amor". Cuando Dios proclamó Su nombre a Moisés, Él reveló Su gloria, que es bondad, y Su bondad es amor. Cuando hayamos resuelto nuestra crisis de identidad, cuando sepamos quiénes somos, cuando nuestro ser consciente sea el hijo engendrado de nuestro Padre celestial, y cuando vivamos, nos movamos y tengamos nuestro ser en ese hombre nuevo, entonces permaneceremos en Dios y nos convertiremos en la expresión de Su carácter, Su bondad, Su amor.


El amor perfecto es sin temor

17 En esto, el amor se perfecciona en nosotros, en que tenemos confianza en el día del juicio; porque como Él es, así también somos nosotros en este mundo. 18 No hay temor en el amor; sino que el amor perfecto arroja el temor, porque el temor implica el castigo [kolasis, "corrección, castigo, tormento"], y el que teme no ha sido perfeccionado en el amor.

Hay formas inferiores de amor, como eros y phileo, pero ágape es amor perfeccionado. Así es como Juan define el amor de Dios. Esta es la manera del amor que también mora en nosotros, "porque como él es, así también somos nosotros en este mundo". Esto implica, por supuesto, que vivimos de acuerdo con el hombre nuevo, en lugar del viejo. Asume que tenemos una nueva identidad y no estamos aferrados a la identidad de nuestros padres terrenales.

Permanecer en tal amor elimina todo temor, porque "no hay temor en el amor"; es decir, en ágape. Aquellos que temen aún no están caminando en este amor perfecto del hombre nuevo, sino que todavía están apegados de algún modo al viejo hombre. Dentro del viejo reside el miedo, inculcado en él al principio a través del juicio divino, cuando Dios juzgó a Adán por el pecado. El nuevo hombre, sin embargo, no tiene ninguna razón para temer el juicio, porque el amor perfecto no puede corregirse (kolasis) a través del juicio. No hay nada que alterar o corregir.

Los juicios de Dios están diseñados para corregir al final a los hombres a fin de conformarlos a la imagen de Dios. Este es el propósito del Bautismo del Espíritu Santo, que es un fuego sagrado que nos purifica de todo lo que trae miedo. El Espíritu Santo obra en nosotros hasta que nuestro amor se haya purificado, eliminando el temor y sus causas, hasta que lleguemos a la imagen completa de Cristo.


Amor y odio
19 Amamos, porque Él nos amó primero.

Cualquier amor que el Espíritu de Dios obre en nosotros no es un crédito para nuestros propios esfuerzos, sino para el Espíritu Santo que está obrando en nosotros para eliminar el temor. Jesús estableció el modelo y el estándar de amor para toda la humanidad con Su disposición a morir por pecadores y enemigos impíos. Hay algunos que cuestionarían la validez de "amar al malvado", sin darse cuenta de que todos hemos sido enemigos de Dios en algún momento de nuestras vidas. Somos afortunados de que Dios nos amó mientras aún éramos enemigos, porque Su amor es lo que ha cambiado nuestros corazones.


1 Juan 4:20,21 concluye,

20 Si alguien dice: "Amo a Dios" y odia a su hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto. 21 Y este es el mandamiento que tenemos de él: que el que ama a Dios, ame también a su hermano.

La implicación es que el hermano de uno es un incrédulo que no comparte el mismo amor de Dios que permanece en el creyente. El primer ejemplo de Juan (1 Juan 3:12) se ve en Caín y Abel. Caín ofreció sacrificio a Dios, pero él no amaba a su hermano. Por lo tanto, cuando Caín ofreció su sacrificio en Génesis 4:3, afirmó amar a Dios, pero como no amaba a su hermano, se demostró que era un mentiroso en ese sentido.

Hay muchas profesiones de fe y muchos actos religiosos que se realizan como expresiones de amor hacia Dios, pero solo aquellos hechos por amor son aceptables. Aquellos que matan a otros como una expresión de su, así llamado, amor por Dios, no están ofreciendo un sacrificio aceptable. Matar a los que se perciben como enemigos de Dios no duplica el tipo de amor que Jesús tuvo cuando vino a morir por Sus enemigos. De hecho, tal matanza es hecha por aquellos que carecen del amor suficiente para vencer al mundo.

La ley de Dios nos ordena amar, diciendo en Levítico 19:18:

18 No tomarás venganza, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo; Yo soy Yahweh.

Muchos han restringido el requisito del amor a mostrar amor solo a aquellos que aman a Dios o aquellos que son parte de su propia familia, raza o religión. Pero Jesús definió quien es el "prójimo" de uno en su parábola del Buen Samaritano en Lucas 10:29-37 después de que un hombre le preguntara "¿quién es mi prójimo?" Jesús muestra en esta parábola cómo el sacerdote y el levita no cumplieron con el requisito de la Ley, mientras que un despreciado samaritano si lo hizo.

El amor no es simplemente una forma de actuar hacia los demás; es una forma de vida que proviene de la propia naturaleza. Cuando tenemos la misma naturaleza de amor que Dios mismo, entonces actuaremos de la misma manera en que Dios actúa. No podremos detener el flujo de amor que sale de nosotros, porque ese amor perfecto es ilimitado y pleno.

No hay odio en el amor, al menos no en un nivel emocional. El odio bíblico es un odio judicial, que realmente trata de odiar el pecado y corregir al pecador. Cuando nuestro amor no está mezclado con el miedo o el odio, entonces se puede decir que conocemos el mismo amor de Dios, que envió a Jesús a morir por el pecado del mundo.


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