Padre disciplinador
Una
de las facetas más difíciles y que mayor amor requieren del padre,
es la de exhortar,
corregir, confrontar, reprender
cuando llega el tiempo de hacerlo; lo cual suele ocurrir tras un
periodo, más o menos largo de soportar, de advertir suave y
dulcemente sin ser escuchado y de dejar pasar. Condenar
y no condonar
es desagradable, pero necesario para la salud espiritual de los niños
y jóvenes; pues ellos no se acuerdan casi nunca de que prestar
atención
es más importante que la grosura de los carneros (1
Samuel 15:22) …
Luego, tras mucho tiempo de hacer caso omiso a las reiteradas
advertencias suaves y dulces, cuando llega el trueno, el rugido del
león, dicen que papá es muy duro. Hay veces que la rueda del carro
se atora en el barro y en ese caso se necesitará no una suave
palmadita, sino un fuerte empujón para sacarlo del atolladero.
Realmente
nos cuesta mucho entender la diferencia entre el
amor ágape y el emocionalismo o sentimentalismo;
ello es especialmente difícil de entender para la mujer, por natura
más inclinada del lado emotivo que del racional. Si esto no se
entiende, el acto supremo de reprender en amor siempre será
confundido con dureza. Definitivamente nuestro Padre celestial es
dulce, atributo característico de la madurez, pero no deja de serlo
cuando disciplina y azota a todo aquel que recibe por hijo (Hebreos
12:6).
Dios
encierra en Sí mismo las características maternales del Shaddai y
las paternales de Yahweh. En el ejemplo de Israel de educar a los
hijos, vemos que éstos estaban primero a cargo de las madres, pero
al llegar a los 13 años pasaban a cargo de los padres. Así es con
nosotros espiritualmente, primero Dios se nos muestra en su lado
maternal como el Dios ubre sustentador, pero luego quiere que
crezcamos para poder tratarnos paternalmente como Yahweh.
Las
carantoñas y los mimos, incluso los toques físicos, que Dios nos
prodigaba en nuestras primeras instancias, han de ir quedando atrás.
Imagínense a un adolescente a un jovenzuelo o a un hombre maduro al
que sus padres le siguieran haciendo las mismas ñoñerías tipo
cuchi
cuchi,
que a un bebé o a un niño. Las visiones, los sueños, los vellones,
han de ser relegados para que aprendamos a escuchar y hablar con Dios
cara a cara. El que no ha madurado lo suficiente tiende a sentirse
“muy espiritual” e inflarse cuando Dios le habla en sueños o
visiones; no dándose cuenta que los sueños y las visiones, por lo
general, son un síntoma de algún grado de infantilismo espiritual;
en aquellos que no han aprendido a escuchar y obedecer la voz suave y
pequeña del silbo apacible y necesitan
de los altavoces para reaccionar
(Números
12:6-8).
Hemos
llegado a entender que cuando
el Padre nos castiga o nos alza la voz es cuando más nos ama,
porque lo hace a pesar de lo mucho que a Él le duele tener que
hacerlo. El emocionalismo dulzón deja pasar y consiente, porque,
tratando de evitar la confrontación azarosa del momento y el ser mal
entendido o tachado de duro, se ama a sí mismo, dejando que el otro
reciba el daño mayor, que de seguro le sobrevendrá en el futuro por
no haber sido corregido a tiempo. A los niños que se les deja seguir
su propio camino no se apartarán de él y serán siempre unos
consentidos (Proverbios
22:6).
Generalmente
nos tachan de duros y eso ha sido un asunto de continua oración para
nosotros. Dios nos ha enseñado que Él es un Cordero manso y
tierno, pero que también es un León, que cuando debe rugir
ruge. Imagínense a Jesús con el látigo en la mano en el templo;
nos parece que no tendría cara de muchos amigos. ¿Amaba el Señor a
aquellos a los que estaba azotando? ¿Amaba el Señor a los fariseos
mientras los fustigaba verbalmente en Mateo 23, llamándoles lindezas
tales como hipócritas, raza de víboras, sepulcros blanqueados, …?
¿Amaba Dios a Judá en su diatriba de Isaías 1, donde les decía
que aborrecía sus sacrificios, que no podía tolerar sus fiestas
solemnes, que dejaran de pisotear sus atrios? Yo creo que a esas
preguntas cualquiera responderá con un rotundo sí.
Definitivamente
la tarea de los padres no es fácil, ¡Cuánto les cuesta llegar a
tener que rugir! Ser hombres de hierro y terciopelo no es cosa
de poca monta; se necesitan mucha sabiduría y discernimiento para
hacerlo cuando toca y no escurrirse. Esto de saber combinar el hierro
y el terciopelo, la verdad y la gracia, es lo que se llama la
integración de contrarios propia de la madurez. Y sí,
definitivamente, los padres también cometen errores y a veces no lo
hacen bien, pero no por eso se les permite dejar de hacerlo.
El
cristiano maduro no sólo debe estar dispuesto a corregir o
disciplinar, sino a ser
corregido y disciplinado.
A nadie le gusta ser reprendido o que le llamen la atención sobre
algo incorrecto. La carne siempre tiende a reaccionar negativamente
cuando la pinchan, ¡cuánto se ofende la carne reprendida! El
inmaduro se ofende fácilmente pero el más maduro rápidamente se
sujetará al espíritu (1
Corintios 14:32),
analizará la corrección delante del Padre y, si el toque de
atención venía de Dios, agradecido se someterá y se enmendará. En
cambio cuando se le confronta al inmaduro tiende a no prestar
atención, a no darse por aludido, a empecinarse en su error y a
airarse e incluso a manifestar fuerte enojo.
Proverbios
16:32
“Mejor
es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se
enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad”.
como
ciudad derribada y sin muro es el hombre cuyo espíritu no tiene
rienda.
Ésas
confrontaciones son uno de los medios de los que el Padre más se
sirve para exponernos
y manifestar lo que hay dentro de nuestros corazones. Esos patinazos
que damos cuando nos llaman al orden
exponen
que todavía debemos crecer y enmendarnos,
para que esas sombras que aún persisten en nuestro interior sean
eliminadas con la luz recibida. Si negamos esa luz permaneceremos
ciegos en esas áreas y no avanzaremos hacia una mayor madurez.
Obviamente esos patinazos
serán seguidos del consiguiente periodo de cosecha de consecuencias
por la mala siembra que hayamos hecho y retrasarán un poco nuestra
maduración. Definitivamente, todo patinazo, toda salida del tiesto,
toda salida de cuadro o de foco, todo exabrupto, hará que nos
deslicemos un poco hacia abajo y que después tengamos que
esforzarnos por enmendar y remontar el terreno cedido.
Saber
dar y recibir un elogio
La
madurez también ha aprendido a recibir
los elogios,
y a rechazar las lisonjas o adulaciones. Cuales flores, disfrutará
momentáneamente de su perfume, agradeciendo a Dios por ello y,
reconociendo que toda sabiduría, toda buena dádiva y todo don
perfecto, vienen de Él y no le son innatos (Santiago
1:17),
sin hincharse orará poniendo a Sus pies esas flores. El que aún no
creció lo suficiente tiende a infatuarse y eso, más temprano que
tarde, le empujará a un nuevo tropiezo que lo deshinchará.
El
padre deberá observar especial discernimiento y cuidado a la hora de
dar
un
elogio,
sopesando si la persona a quien ha de dirigirlo podrá recibirlo sin
envanecerse. Es claro que debemos animar y encomiar a los más
jóvenes o niños para que no desfallezcan, pero debemos ser muy
cautos para no causarles un mal queriendo hacerles un bien. Es
difícil de entender y de decir, pero es preferible excederse por
duro que por blando.
Juzgar
a los mayores
La
persona más madura reconoce que hay cosas que aún no sabe ni
entiende y por ello es muy cautelosa a la hora de juzgar
a quienes ve caminando por delante.
Reconoce su altura espiritual y la de los demás pues no tiene un
concepto más alto de sí mismo que el que debe tener, en conformidad
a su medida de fe (Romanos
12:3).
Sabe de dónde viene, dónde está y adónde se dirige. El menos
maduro no entiende y no ve lo que hay al otro lado de los muros que
le sobrepasan; necesitaría un taburete o cajón para encaramarse y
poder ver por encima de dicho muro y, si lo hiciera, aún así sólo
poseería el conocimiento de lo que acaba de contemplar; pues no
puede todavía ser carne en su corazón por su falta
de experiencia en el Señor al respecto.
Contemplar
no es poseer,
aunque le preceda. Moisés contempló la Tierra en Pisga pero no
entró; sólo
pudo entrar después de muerto,
cuando en la transfiguración del Señor en el Hermón estuvo allí
junto con Elías. Sólo cuando morimos a ese aspecto carnal que nos
retiene, poseemos lo que habíamos contemplado.
1Sam_15:14
Samuel
entonces dijo: ¿Pues qué balido de ovejas y mugido de vacas es este
que yo oigo con mis
oídos?
Cuanto
más madura uno, más tiende a examinar los hechos con objetividad
y desde su origen. Mientras tanto los que están más atrás
tienden a ver solo que ocurre en el momento presente, y a veces ni
eso, permaneciendo totalmente o parcialmente cegados a la periferia,
a los orígenes o causas de los sucesos y a sus posibles
consecuencias. Debido a esto cuando se les confronta niegan las
evidencias, ya sea consciente o inconscientemente, para no tener que
dar su brazo a torcer. Argumentan ofendidos en lugar de aceptar
concediendo la razón a quien la tiene y cambiar. Tu les señalas el
balido de ovejas y mugido de vacas que claramente estás oyendo en su
trastienda, pero se niegan a aceptarlo y siguen argumentando en lugar
de reconocer, con sinceridad y amplitud, que erraron. Es más, suelen
acusar de estarles juzgando a quienes les señalan los tozudos
hechos.
Analicemos
un poco este asunto de si debemos o no juzgar.
No
juzguéis según las apariencias, sino juzgad con
justo juicio.
¿Juzga
acaso nuestra ley a un hombre si primero no le oye,
y sabe lo que ha hecho?
Ambos
textos del evangelio de Juan muy claros pues nos dicen que:
1- No
debemos juzgar basados en apariencias, sino que debemos juzgar
con justo juicio.
2-
Primero debemos oír a quien vayamos a juzgar para saber lo
que ha hecho.
Por
lo tanto el texto de Lucas
6:37
No
juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis
condenados;
perdonad, y seréis perdonados, tras
el
que
muchos se parapetan para que nadie se atreva a reprenderlos,
evidentemente no puede querer decir que no debemos juzgar, pues aún
el Señor manda hacerlo, sino que debemos ser prevenidos de que el
Señor nos juzgará primeramente a nosotros sobre ese asunto.
Esto nos hará echar mano de temor, temblor y misericordia par
nuestro juicio posterior o para desistir de hacerlo.
Cuando
juzguemos sin saber, sin conocer los hechos, por las apariencias y
por lo que nosotros nos imaginemos, estaremos juzgando injustamente,
moviéndonos en lo que normalmente entendemos por juzgar
peyorativamente, lo que la gente suele replicar diciendo “no me
juzgues” o “me estás juzgando”. Si no conocemos los hechos
deberemos preguntar primero al encausado, y a los demás si procede,
para que nuestro juicio sea basado en hechos y no en suposiciones. A
veces nos montamos películas imaginarias en nuestra propia mente de
lo que estará pensando él, de lo que él les dirá a otros de
nosotros y de lo que los otros estarán diciendo y pensando, … Al
final, 99 veces de cada 100, nos confundiremos y eso traerá cola.
Pero, obviamente, si ya conocemos los hechos y además vienen
repitiéndose de largo tiempo, si estamos oyendo los mugidos y
balidos en la trastienda, no estaremos juzgando injustamente. Tampoco
debemos ignorar el discernimiento
que a veces el Señor nos da y que nos permite conocer por el
Espíritu las actitudes de la persona en cuestión; si este
discernimiento ha sido contrastado, no debemos dejar de juzgar al
hermano.
La
gente más inmadura tiende a confundir el justo juicio, la franqueza,
con dureza y con juicio injusto. Son todavía hipersensibles,
extremadamente conscientes de sí mismos, y careciendo de estabilidad
presentan altibajos emocionales. Detrás de la auto
consciencia se esconde el orgullo, pues se piensa que todo gira
alrededor nuestro y que todos están pendientes de nosotros,
observándonos o escuchándonos todo el tiempo. El yo y no Cristo
ocupan nuestro centro. Parece que cuando se les confronta a éstos
todo su castillo de naipes se viene a bajo; como si la persona que
les está bendiciendo al exhortarles les estuviera poco menos que
degollando; como si su fachada de perfección se derrumbara y sus
vergüenzas quedaran expuestas. Para ellos que otros se den cuenta de
sus fallas es algo tan trágico que no lo pueden sobrellevar, todavía
no han realizado su sacrificio de paz y se sienten culpables y
rechazados por la persona que les ha llamado la atención y por
Dios, pues parece que ellos piensan que si no son perfectos no son
recibidos. No saben asimilar la justicia imputada. No saben aún por
experiencia que Dios y los demás les aceptan tal cual, como a
santificados llamados a ser santos o a crecer en santidad.
Pero
Dios ama la sinceridad, las vasijas
sin-cera.
Antiguamente cuando alguien iba al alfarero a comprar algún
recipiente de barro le decía: “démelo sin cera”. La palabra
“sincera” se originó así, si esta historia es cierta. La gente
llegaba a su casa y al calentar su vasija, la cera con la que el
vendedor engañosamente había tapado la grieta o poro, se derretía
y perdía el líquido de su interior, descubriéndose el engaño. La
persona madura no tapa sus defectos con cera, ha aprendido que las
hojas
de higuera
no pueden cubrir sus defectos, pero siente cubierta con la túnica
de la justificación
y acepta en el Amado.
John
Hus dijo aquello de “prefiero herirles con la verdad que matarles
con la mentira”. La verdad a veces es muy cruda o muy dura, pero la
verdad es luz
y solo la luz nos sana (Juan
8:32).
No debemos escatimar la verdad por temor a herir. Pero, ¡cómo huyen
de esto muchos todavía! De esto y de que les hieran, ¡casi
prefieren morir que escuchar la verdad!
No,
no se necesitan muchos años para conocer a una persona o al menos
para conocer algunas cosas en las que dicha persona debe crecer. El
espiritual juzga todas las cosas, aunque él no es juzgado de nadie
(1
Corintios 2:15).
Sí, es espiritual discierne porque ve con claridad lo que el menos
espiritual no puede ver, porque ya pasó por ese terreno y siendo más
alto ve del otro lado del muro. Esto no funciona a la inversa. Desde
una cumbre alta vemos claramente lo que hay en las cumbres más
bajas, pero desde las más bajas no hay modo de saber lo que hay en
las cumbres más altas. ¡Qué peligro pues juzgar a los mayores
desde estaturas menores!
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