MADURANDO EN MADUREZ (2/3), Administrador






Padre disciplinador

Una de las facetas más difíciles y que mayor amor requieren del padre, es la de exhortar, corregir, confrontar, reprender cuando llega el tiempo de hacerlo; lo cual suele ocurrir tras un periodo, más o menos largo de soportar, de advertir suave y dulcemente sin ser escuchado y de dejar pasar. Condenar y no condonar es desagradable, pero necesario para la salud espiritual de los niños y jóvenes; pues ellos no se acuerdan casi nunca de que prestar atención es más importante que la grosura de los carneros (1 Samuel 15:22) … Luego, tras mucho tiempo de hacer caso omiso a las reiteradas advertencias suaves y dulces, cuando llega el trueno, el rugido del león, dicen que papá es muy duro. Hay veces que la rueda del carro se atora en el barro y en ese caso se necesitará no una suave palmadita, sino un fuerte empujón para sacarlo del atolladero.

Realmente nos cuesta mucho entender la diferencia entre el amor ágape y el emocionalismo o sentimentalismo; ello es especialmente difícil de entender para la mujer, por natura más inclinada del lado emotivo que del racional. Si esto no se entiende, el acto supremo de reprender en amor siempre será confundido con dureza. Definitivamente nuestro Padre celestial es dulce, atributo característico de la madurez, pero no deja de serlo cuando disciplina y azota a todo aquel que recibe por hijo (Hebreos 12:6).

Dios encierra en Sí mismo las características maternales del Shaddai y las paternales de Yahweh. En el ejemplo de Israel de educar a los hijos, vemos que éstos estaban primero a cargo de las madres, pero al llegar a los 13 años pasaban a cargo de los padres. Así es con nosotros espiritualmente, primero Dios se nos muestra en su lado maternal como el Dios ubre sustentador, pero luego quiere que crezcamos para poder tratarnos paternalmente como Yahweh.

Las carantoñas y los mimos, incluso los toques físicos, que Dios nos prodigaba en nuestras primeras instancias, han de ir quedando atrás. Imagínense a un adolescente a un jovenzuelo o a un hombre maduro al que sus padres le siguieran haciendo las mismas ñoñerías tipo cuchi cuchi, que a un bebé o a un niño. Las visiones, los sueños, los vellones, han de ser relegados para que aprendamos a escuchar y hablar con Dios cara a cara. El que no ha madurado lo suficiente tiende a sentirse “muy espiritual” e inflarse cuando Dios le habla en sueños o visiones; no dándose cuenta que los sueños y las visiones, por lo general, son un síntoma de algún grado de infantilismo espiritual; en aquellos que no han aprendido a escuchar y obedecer la voz suave y pequeña del silbo apacible y necesitan de los altavoces para reaccionar (Números 12:6-8).

Hemos llegado a entender que cuando el Padre nos castiga o nos alza la voz es cuando más nos ama, porque lo hace a pesar de lo mucho que a Él le duele tener que hacerlo. El emocionalismo dulzón deja pasar y consiente, porque, tratando de evitar la confrontación azarosa del momento y el ser mal entendido o tachado de duro, se ama a sí mismo, dejando que el otro reciba el daño mayor, que de seguro le sobrevendrá en el futuro por no haber sido corregido a tiempo. A los niños que se les deja seguir su propio camino no se apartarán de él y serán siempre unos consentidos (Proverbios 22:6).

Generalmente nos tachan de duros y eso ha sido un asunto de continua oración para nosotros. Dios nos ha enseñado que Él es un Cordero manso y tierno, pero que también es un León, que cuando debe rugir ruge. Imagínense a Jesús con el látigo en la mano en el templo; nos parece que no tendría cara de muchos amigos. ¿Amaba el Señor a aquellos a los que estaba azotando? ¿Amaba el Señor a los fariseos mientras los fustigaba verbalmente en Mateo 23, llamándoles lindezas tales como hipócritas, raza de víboras, sepulcros blanqueados, …? ¿Amaba Dios a Judá en su diatriba de Isaías 1, donde les decía que aborrecía sus sacrificios, que no podía tolerar sus fiestas solemnes, que dejaran de pisotear sus atrios? Yo creo que a esas preguntas cualquiera responderá con un rotundo sí.

Definitivamente la tarea de los padres no es fácil, ¡Cuánto les cuesta llegar a tener que rugir! Ser hombres de hierro y terciopelo no es cosa de poca monta; se necesitan mucha sabiduría y discernimiento para hacerlo cuando toca y no escurrirse. Esto de saber combinar el hierro y el terciopelo, la verdad y la gracia, es lo que se llama la integración de contrarios propia de la madurez. Y sí, definitivamente, los padres también cometen errores y a veces no lo hacen bien, pero no por eso se les permite dejar de hacerlo.

El cristiano maduro no sólo debe estar dispuesto a corregir o disciplinar, sino a ser corregido y disciplinado. A nadie le gusta ser reprendido o que le llamen la atención sobre algo incorrecto. La carne siempre tiende a reaccionar negativamente cuando la pinchan, ¡cuánto se ofende la carne reprendida! El inmaduro se ofende fácilmente pero el más maduro rápidamente se sujetará al espíritu (1 Corintios 14:32), analizará la corrección delante del Padre y, si el toque de atención venía de Dios, agradecido se someterá y se enmendará. En cambio cuando se le confronta al inmaduro tiende a no prestar atención, a no darse por aludido, a empecinarse en su error y a airarse e incluso a manifestar fuerte enojo.

Proverbios 16:32
Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad”.
como ciudad derribada y sin muro es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda.

Ésas confrontaciones son uno de los medios de los que el Padre más se sirve para exponernos y manifestar lo que hay dentro de nuestros corazones. Esos patinazos que damos cuando nos llaman al orden exponen que todavía debemos crecer y enmendarnos, para que esas sombras que aún persisten en nuestro interior sean eliminadas con la luz recibida. Si negamos esa luz permaneceremos ciegos en esas áreas y no avanzaremos hacia una mayor madurez. Obviamente esos patinazos serán seguidos del consiguiente periodo de cosecha de consecuencias por la mala siembra que hayamos hecho y retrasarán un poco nuestra maduración. Definitivamente, todo patinazo, toda salida del tiesto, toda salida de cuadro o de foco, todo exabrupto, hará que nos deslicemos un poco hacia abajo y que después tengamos que esforzarnos por enmendar y remontar el terreno cedido.


Saber dar y recibir un elogio

La madurez también ha aprendido a recibir los elogios, y a rechazar las lisonjas o adulaciones. Cuales flores, disfrutará momentáneamente de su perfume, agradeciendo a Dios por ello y, reconociendo que toda sabiduría, toda buena dádiva y todo don perfecto, vienen de Él y no le son innatos (Santiago 1:17), sin hincharse orará poniendo a Sus pies esas flores. El que aún no creció lo suficiente tiende a infatuarse y eso, más temprano que tarde, le empujará a un nuevo tropiezo que lo deshinchará.

El padre deberá observar especial discernimiento y cuidado a la hora de dar un elogio, sopesando si la persona a quien ha de dirigirlo podrá recibirlo sin envanecerse. Es claro que debemos animar y encomiar a los más jóvenes o niños para que no desfallezcan, pero debemos ser muy cautos para no causarles un mal queriendo hacerles un bien. Es difícil de entender y de decir, pero es preferible excederse por duro que por blando.


Juzgar a los mayores

La persona más madura reconoce que hay cosas que aún no sabe ni entiende y por ello es muy cautelosa a la hora de juzgar a quienes ve caminando por delante. Reconoce su altura espiritual y la de los demás pues no tiene un concepto más alto de sí mismo que el que debe tener, en conformidad a su medida de fe (Romanos 12:3). Sabe de dónde viene, dónde está y adónde se dirige. El menos maduro no entiende y no ve lo que hay al otro lado de los muros que le sobrepasan; necesitaría un taburete o cajón para encaramarse y poder ver por encima de dicho muro y, si lo hiciera, aún así sólo poseería el conocimiento de lo que acaba de contemplar; pues no puede todavía ser carne en su corazón por su falta de experiencia en el Señor al respecto. Contemplar no es poseer, aunque le preceda. Moisés contempló la Tierra en Pisga pero no entró; sólo pudo entrar después de muerto, cuando en la transfiguración del Señor en el Hermón estuvo allí junto con Elías. Sólo cuando morimos a ese aspecto carnal que nos retiene, poseemos lo que habíamos contemplado.

1Sam_15:14
Samuel entonces dijo: ¿Pues qué balido de ovejas y mugido de vacas es este que yo oigo con mis oídos?

Cuanto más madura uno, más tiende a examinar los hechos con objetividad y desde su origen. Mientras tanto los que están más atrás tienden a ver solo que ocurre en el momento presente, y a veces ni eso, permaneciendo totalmente o parcialmente cegados a la periferia, a los orígenes o causas de los sucesos y a sus posibles consecuencias. Debido a esto cuando se les confronta niegan las evidencias, ya sea consciente o inconscientemente, para no tener que dar su brazo a torcer. Argumentan ofendidos en lugar de aceptar concediendo la razón a quien la tiene y cambiar. Tu les señalas el balido de ovejas y mugido de vacas que claramente estás oyendo en su trastienda, pero se niegan a aceptarlo y siguen argumentando en lugar de reconocer, con sinceridad y amplitud, que erraron. Es más, suelen acusar de estarles juzgando a quienes les señalan los tozudos hechos.

Analicemos un poco este asunto de si debemos o no juzgar.

No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio.
¿Juzga acaso nuestra ley a un hombre si primero no le oye, y sabe lo que ha hecho?

Ambos textos del evangelio de Juan muy claros pues nos dicen que:

1- No debemos juzgar basados en apariencias, sino que debemos juzgar con justo juicio.
2- Primero debemos oír a quien vayamos a juzgar para saber lo que ha hecho.

Por lo tanto el texto de Lucas 6:37 No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados, tras el que muchos se parapetan para que nadie se atreva a reprenderlos, evidentemente no puede querer decir que no debemos juzgar, pues aún el Señor manda hacerlo, sino que debemos ser prevenidos de que el Señor nos juzgará primeramente a nosotros sobre ese asunto. Esto nos hará echar mano de temor, temblor y misericordia par nuestro juicio posterior o para desistir de hacerlo.

Cuando juzguemos sin saber, sin conocer los hechos, por las apariencias y por lo que nosotros nos imaginemos, estaremos juzgando injustamente, moviéndonos en lo que normalmente entendemos por juzgar peyorativamente, lo que la gente suele replicar diciendo “no me juzgues” o “me estás juzgando”. Si no conocemos los hechos deberemos preguntar primero al encausado, y a los demás si procede, para que nuestro juicio sea basado en hechos y no en suposiciones. A veces nos montamos películas imaginarias en nuestra propia mente de lo que estará pensando él, de lo que él les dirá a otros de nosotros y de lo que los otros estarán diciendo y pensando, … Al final, 99 veces de cada 100, nos confundiremos y eso traerá cola. Pero, obviamente, si ya conocemos los hechos y además vienen repitiéndose de largo tiempo, si estamos oyendo los mugidos y balidos en la trastienda, no estaremos juzgando injustamente. Tampoco debemos ignorar el discernimiento que a veces el Señor nos da y que nos permite conocer por el Espíritu las actitudes de la persona en cuestión; si este discernimiento ha sido contrastado, no debemos dejar de juzgar al hermano.

La gente más inmadura tiende a confundir el justo juicio, la franqueza, con dureza y con juicio injusto. Son todavía hipersensibles, extremadamente conscientes de sí mismos, y careciendo de estabilidad presentan altibajos emocionales. Detrás de la auto consciencia se esconde el orgullo, pues se piensa que todo gira alrededor nuestro y que todos están pendientes de nosotros, observándonos o escuchándonos todo el tiempo. El yo y no Cristo ocupan nuestro centro. Parece que cuando se les confronta a éstos todo su castillo de naipes se viene a bajo; como si la persona que les está bendiciendo al exhortarles les estuviera poco menos que degollando; como si su fachada de perfección se derrumbara y sus vergüenzas quedaran expuestas. Para ellos que otros se den cuenta de sus fallas es algo tan trágico que no lo pueden sobrellevar, todavía no han realizado su sacrificio de paz y se sienten culpables y rechazados por la persona que les ha llamado la atención y por Dios, pues parece que ellos piensan que si no son perfectos no son recibidos. No saben asimilar la justicia imputada. No saben aún por experiencia que Dios y los demás les aceptan tal cual, como a santificados llamados a ser santos o a crecer en santidad.

Pero Dios ama la sinceridad, las vasijas sin-cera. Antiguamente cuando alguien iba al alfarero a comprar algún recipiente de barro le decía: “démelo sin cera”. La palabra “sincera” se originó así, si esta historia es cierta. La gente llegaba a su casa y al calentar su vasija, la cera con la que el vendedor engañosamente había tapado la grieta o poro, se derretía y perdía el líquido de su interior, descubriéndose el engaño. La persona madura no tapa sus defectos con cera, ha aprendido que las hojas de higuera no pueden cubrir sus defectos, pero siente cubierta con la túnica de la justificación y acepta en el Amado.

John Hus dijo aquello de “prefiero herirles con la verdad que matarles con la mentira”. La verdad a veces es muy cruda o muy dura, pero la verdad es luz y solo la luz nos sana (Juan 8:32). No debemos escatimar la verdad por temor a herir. Pero, ¡cómo huyen de esto muchos todavía! De esto y de que les hieran, ¡casi prefieren morir que escuchar la verdad!

No, no se necesitan muchos años para conocer a una persona o al menos para conocer algunas cosas en las que dicha persona debe crecer. El espiritual juzga todas las cosas, aunque él no es juzgado de nadie (1 Corintios 2:15). Sí, es espiritual discierne porque ve con claridad lo que el menos espiritual no puede ver, porque ya pasó por ese terreno y siendo más alto ve del otro lado del muro. Esto no funciona a la inversa. Desde una cumbre alta vemos claramente lo que hay en las cumbres más bajas, pero desde las más bajas no hay modo de saber lo que hay en las cumbres más altas. ¡Qué peligro pues juzgar a los mayores desde estaturas menores!

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