Toda carga verdadera que el Señor me ha dado para llevar ha nacido de un encuentro profundo y transformador de vida en la presencia de Jesús. En 1957, el Espíritu de Dios vino sobre mí como un espíritu de llanto. Vendí mi televisor, que era el que dominaba mi tiempo libre, y durante un año me encerré con mi Señor en oración. Pasé meses orando en mi estudio y en el bosque. Y mientras estaba en Su presencia, el me abrió su corazón y me mostró un mundo en sufrimiento. Luego me dio una orden: “Ve a Nueva York”. Obedecí, y mientras caminaba por esas calles Él me compartió su carga por las pandillas, los drogadictos y los alcohólicos.
Hace unos años, Dios me llamó a una vida de comunión mucho más profunda. Pasé meses a solas con Jesús, fui depurado y abandoné toda ambición, queriendo sólo complacerlo. Una vez más me dio la orden: “Regresa a Nueva York”. Ahora nuestro ministerio se mueve sólo a través de la oración y de estar en Su presencia. La carga que tenemos debe ser Su carga, o de lo contrario todo es en vano.
Cuando yo tenía ocho años de edad, las reuniones en el campo eran populares. En esos tiempos no había campings especiales o lugares de retiro cristianos; todo lo que las iglesias podían permitirse eran tiendas de campaña y pequeñas cabañas. Gwen y yo solíamos ir al “Campamento de Aguas Vivas” en Cherry Tree, Pensilvania. La gente iba llena de Su presencia a ese campamento, no teníamos televisores, y nadie se atrevía siquiera a pensar en ir al teatro. ¡Jesús era nuestro todo!
Las reuniones duraban casi toda la noche y en tales reuniones, donde Jesús brillaba tan poderosamente, todos corríamos al altar. Recuerdo haberme arrodillado en la paja, y mientras estaba en la presencia de Dios Él se convirtió en mi vida. Allí me habló, diciendo: “¡Dame tu vida!” Dudo que hubiese estado ministrando hoy si no hubiese sido por los queridos santos que llegaron a esas reuniones en el campo tan llenos de Jesús, ellos manifestaron Su gloria. Estuve tendido durante horas, llorando y temblando en el altar de esa reunión de campo, y cuando me puse de pie, siendo tan sólo un niño, la mano de Dios estaba sobre mi vida y Su carga estaba en mi alma.
Nadie compartió la carga del Señor más que el apóstol Pablo. Jesús puso sobre sus hombros el yugo de Su propio corazón. Pero, ¿Cómo recibió Pablo esa carga? ¡A partir de un encuentro con el sol brillante de la presencia de Cristo! “Repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y [cayó] en tierra” (Hechos 9:3-4). Esta fue la presencia de Jesús.
El ministerio de Pablo nació de ese encuentro. ¡Observa ese “Levántate y entra en la ciudad” (versículo 6) que vino después! Cuando tienes la presencia real y viva de Jesús, no necesitas comités, estrategias o seminarios sobre “cómo hacer tal o cual cosa” para obtener dirección. El Espíritu Santo viene y te dice: “Ve aquí. . . ve allí. . . hazlo de esta manera”. ¡Él te dice cuándo, dónde y cómo!
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