CUIDARSE DE PONERSE AÑEJO, A.W. Tozer

Como Cuidarse de Ponerse Añejo

         Los periodos en la vida en los cuales uno se pone añejo son comunes, pero no son inevitables. Raro es el cristiano que no ha experimentado épocas de decaimiento, de estolidez (falta total de razón y discurso) espiritual, cuando se pierde en parte o totalmente el gozo de vivir.

         Debido a que no hay una causa única de esta condición tampoco hay un remedio único. Hay veces en que nosotros somos los culpables, por ejemplo cuando hemos hecho algo malo y no hemos buscado enseguida el perdón y la limpieza; o cuando permitimos que los intereses de este mundo crezcan demasiado y marchiten las flores de nuestra vida interior.

         Cuando la causa es conocida, y particularmente cuando no es tan compleja, el remedio es el antiguo: arrepentimiento. Pero si después de hacer una sincera investigación de la vida,  por medio de la oración y la Palabra de Dios, no hallamos ningún pecado, nada ganamos con humillarnos en el polvo. Decir que no hemos pecado cuando en verdad lo hemos hecho, es mentir al hecho; decir que hemos pecado, cuando no lo hemos hecho, es mentirnos a nosotros mismos. Hay momentos en la vida cuando lo mejor que podemos hacer es aceptar la completa limpieza de nuestros pecados como un hecho cumplido, y dejar de llamar inmundo a aquello que Dios ha llamado limpio.

         A veces nuestro problema no es moral, sino físico. Tanto como estemos dentro de este cuerpo mortal nuestra vida espiritual se verá afectada, de alguna manera, por nuestra condición física. Pero aquí debemos hacer notar que hay alguna diferencia entre nuestro cuerpo mortal y la "carne" como menciona el apóstol Pablo. Cuando Pablo habla de la carne se refiere a nuestra naturaleza humana caída, no a nuestro cuerpo físico, el cual es templo del Espíritu Santo. Por medio del poder del Espíritu nos libramos de la propensión de la carne, pero mientras vivamos aquí no hay alivio para las debilidades y defectos del cuerpo.

         Una de las causas a menudo insospechadas de la ranciedad o aflojamiento es la fatiga. Shakespeare decía que nadie es buen filósofo cuando tiene dolor de muelas, y aunque es posible ser un santo cansado, es bastante difícil estar fatigado y sentirse santo. Y es nuestro deseo de sentir lo que estamos considerando aquí. El cristiano que se siente cansado en la obra del Señor, y no puede salir de ese hastiamiento, empieza a ponerse añejo, rancio. Y el hecho de que él se cansa por hacer la obra del Señor no le quita a su cansancio ninguna realidad. El Señor era consciente de esto y en ocasiones llevó a Sus discípulos aparte para que se tomen un descanso.

         A veces pienso que la costumbre general que tenemos de hacer del culto del domingo en la noche el culto más importante de la semana hace que nosotros los predicadores prediquemos nuestros mejores sermones a gente cansada, y con eso menguamos la eficacia de nuestra obra. Leemos con asombro que hombres como Juan Bunyan, por ejemplo, predicaron sus mejores sermones a las cinco de la mañana. Me doy cuenta que los tiempos han cambiado y que un culto a las cinco de la mañana no tendría ningún oyente; pero los antiguos predicaban a gente despierta, y nosotros, muy a menudo, a gente cansada y somnolienta. Ellos nos llevaban ventaja.

         Otra razón por la cual algunos de nosotros nos aburrimos es la monotonía.  Hacer la misma cosa continuamente resulta demoledor, aunque la cosa sea placentera; y pensar siempre acerca de las mismas cosas aburre, así sean las cosas del reino. Juan Milton decía que Dios había hecho el día para alternar con la noche para que tengamos una "agradecida vicisitud", un bienvenido cambio por el cual estar agradecidos. Algunas de las almas más puras han escrito acerca del peligro de los ejercicios espirituales profundos que se extienden ininterrumpidamente. Von Hugel advertía del peligro de la "neurosis de oración", y recomendaba dejar de pensar tanto en el cielo y darse un paseo o trabajar el huerto. Todos hemos sentido un disgusto al leer un pasaje de la Biblia que el día anterior nos resultó muy dulce, y al día siguiente parecía haber perdido toda su dulzura. Este es el modo que tiene el Espíritu Santo de urgimos a mirar otras cosas. Dios mantuvo a Israel en el desierto moviéndose continuamente. Ya podemos imaginar lo que hubiera ocurrido al ánimo del pueblo si hubieran estado acampados en un mismo lugar durante cuarenta anos. La vida de los grandes cristianos nos muestra que ellos han diferido no solo de otros cristianos, sino de sí mismos, en diferentes épocas de su existencia. Los ejercicios espirituales que les fueron muy útiles en ciertas etapas ya no les sirvieron y los cambiaron luego por otros diferentes. Para estar libres del tedio religioso debemos poner cuidado de no ser presa de un hábito arraigado, por bueno que fuere. Nuestro Señor nos advierte acerca de la vana repetición. Hay una repetición que no es vana, pero las oraciones repetidas continuamente se tornan vanas cuando han perdido su urgencia. Siempre tenemos que estar examinando nuestras oraciones, para ver si conservan su frescura y espontaneidad. Debemos conservarlas siempre cándidas, frescas, simples y originales. Y sobre todo nunca debemos provocar una emoción santa. Cuando nos sentimos secos, lo mejor de todo es decírselo a Dios sinceramente sin ningún sentido de culpa. Si nos hemos secado por alguna falla atribuible a nosotros, bien pronto el Espíritu Santo nos mostrará la falla.

         En pocas palabras, podemos guardarnos de ponemos añejos con un descanso apropiado, practicando el completo candor en la oración, introduciendo variedad en nuestra vida, por escuchar siempre el llamado de Dios de ir adelante y por ejercer quieta y reposadamente nuestra fe.

A.W. Tozer

¡Jesús es el Señor!

Por gentileza de PILAR MEDRANO

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