VIII-FINISTERRE AL BORDE DEL JORDÁN (La Señora no Aprende de la Disciplina. Restitución)

... La Señora realmente no tiene voluntad de cambio, prefiere no ser sanada y seguir con el "paripé". Es ahí donde quiere estar, está muy cómoda como está y repele lo que intuye venir !se esconde de la reprensión, del castigo y del cambio!  Cual avestruz esconde la cabeza bajo el ala, pensando que cuando el Señor la escrute con Sus ojos como llama de fuego, no vea lo que está en desorden y pase de largo sin despertarla de su letargo...
... Definitivamente son muy especiales estas sordera y ceguera, ya que la Señora oye y ve, pero no se lo aplicano se da por enterada y prefiere hacer la vista gorda; como el sacerdote Elí hiciera con sus hijos (1ª Sam 3:13 y ss.). Es tan grave lo que oculta bajo sus faldas, tan serio lo que se ve y lo que se oye, que nadie se atreve a meterle mano al asunto, cogiendo el toro por los cuernos. Los que ven y oyen algo quizás están tan contaminados, que no quieren tirar de la manta, para que sus propias vergüenzas no sean aireadas. Es como si existiera un pacto tácito de silencio: "Callémonos, muchos estamos sucios, los demás no están mejor que nosotros; nos conviene mirar hacia otro lado; seamos cómplices, seamos listos, a todos nos conviene  la oscuridad; sigamos pues con la farsa ..."
 

PARTE III

Capítulo 3

LA SEÑORA NO APRENDE DE LA DISCIPLINA



A estas alturas seguramente ya tendremos luz diáfana acerca de dónde venimos, en dónde nos encontramos y hacia dónde tenemos que ir. Tan sencillo y evidente se nos hace ahora, que quizás alguien se pregunte como no nos dimos cuenta antes.


¿Por qué? ¿Por qué la Señora (la Iglesia) no vio ni oyó?


Isaías 42: 18-25


18 Sordos, oíd, y vosotros, ciegos, mirad para ver. 19. ¿Quién es ciego, sino mi siervo? ¿Quién es sordo, como mi mensajero que envié? ¿Quién es ciego como mi escogido, y ciego como el siervo de Yahweh, 20 que ve muchas cosas y no advierte, que abre los oídos y no oye?

21. Yahweh se complació por amor de su justicia en magnificar la ley y engrandecerla. 22. Mas este es pueblo saqueado y pisoteado, todos ellos atrapados en cavernas y escondidos en cárceles; son puestos para despojo, y no hay quien libre; despojados, y no hay quien diga: RESTITUID.

¿Quién de vosotros oirá esto? ¿Quién atenderá y escuchará respecto al porvenir? 24. ¿Quién dio a Jacob en botín, y entregó a Israel a saqueadores? ¿No fue Yahweh, contra quien pecamos?


No quisieron andar en sus caminos, ni oyeron su ley. 25. Por tanto, derramó sobre él el ardor de su ira, y fuerza de guerra; le puso fuego por todas partes, pero no entendió; y le consumió, mas no hizo caso”.




"Sordos (de la Señora), oíd, y vosotros, ciegos (de la Señora), mirad para ver"


¿Estará el Señor desvariando, que manda oír a los sordos y mirar a los ciegos, o será que esta sordera y ceguera son un tanto especiales?


Sí, se trata de sordera y ceguera de las del peor tipo, de las padecidas por quienes no quieren oír ni ver, no vaya a ser que se tengan que convertir, ser sanados y entonces verse obligados a cambiar y crecer; es decir, a hacer lo que tanto les asusta: ¡Morir a la carne y, abandonando el nido, ir hacia adelante enfrentando la verdad y el temor al futuro, el temor al sufrimiento, el temor a tener que “agarrar el toro por los cuernos”!


La Señora realmente no tiene voluntad de cambio, prefiere no ser sanada y seguir con el "paripé". Es ahí donde quiere estar, está muy cómoda como está y repele lo que intuye venir. ¡Se esconde de la reprensión, del castigo y del cambio! Cual avestruz, esconde la cabeza bajo el ala, pensando que cuando el Señor la escrute con sus ojos como llama de fuego, tal vez no verá lo que está en desorden y pase de largo sin despertarla de su letargo.


Esta actitud de la Señora nos recuerda mucho a cierta mujer "postrada" en una silla de ruedas que ni por asomo quería ser sanada, a la que el evangelista Luis Palau le ofreció orar por ella. A tal ofrecimiento ella le contestó: "¡Ni se le ocurra! ¡Durante veinticinco años he cuidado de mi marido y ahora quiero que él cuide de mí! Me encanta esta silla de ruedas porque hace que mi marido tenga que dedicarme toda su atención".




—“19. ¿Quién es ciego, sino mi siervo (la Señora)? ¿Quién es sordo, como mi mensajero (la Señora) a quien envié? ¿Quién es ciego como mi escogido (la Señora), y ciego como el siervo (la Señora) de Yahweh, 20. que ve muchas cosas y no advierte, que abre los oídos y no oye?”


Definitivamente, esta sordera y ceguera son muy especiales, ya que la Señora oye y ve, pero no se lo aplica; no se da por enterada y prefiere hacer la vista gorda, como el sacerdote Elí hiciera con sus hijos (1ª Sam 3: 13 y ss.). Es tan grave lo que oculta bajo sus faldas, tan fuerte el balido de ovejas y el bramido de vacas” en la trastienda (1ª Sam. 15: 14), que nadie se atreve a meter mano al asunto, cogiendo el toro por los cuernos. Los que ven y oyen algo quizás están tan contaminados, que no quieren tirar de la manta, para que sus propias vergüenzas no sean aireadas. Es como si existiera un pacto tácito de silencio: "Callémonos, muchos estamos sucios, los demás no están mejor que nosotros; nos conviene a todos mirar hacia otro lado; seamos cómplices, seamos inteligentes, a todos nos conviene la oscuridad; sigamos, pues, con la farsa…"


¿Ceguera, hipocresía, o ambas a la vez? ¿Qué opinan?



—“21. Yahweh se complació por amor de su justicia en magnificar la ley y engrandecerla”.


El Señor nos ha puesto todo a pedir de boca para cargarse de razón, para que luego no tuviéramos ninguna excusa. ¡Nada ha faltado! Personas, predicaciones, campañas, medios materiales y económicos… ¡Hasta radio y televisión! Una y otra vez el Señor nos ha exhortado, diciéndonos con exquisito tacto y amorosa voz: "santificaos, volveos a Mí, os amo, os quiero usar…"


Señor, ¿qué pasa entonces? Salimos a evangelizar una y otra vez y no hay frutos. ¿Por qué?



—“22. Mas este es pueblo saqueado y pisoteado, todos ellos atrapados en cavernas y escondidos en cárceles; son puestos para despojo, y no hay quien libre; despojados, y no hay quien diga: RESTITUID”.


¿Se podrá sacar una fotografía de nuestra iglesia mejor que ésta, hermanos? Tal vez sí, pero sólo en Apocalipsis 3: 14-22, donde el Señor retrata a Laodicea.




"Saqueados y pisoteados"


Esto nos recuerda el relato de los hijos de Esceva, que "fueron por lana y salieron trasquilados" (Hch. 19: 16). En lugar de saquear ellos a Satanás y pisarle su abominable cuello, fueron ellos los saqueados y apaleados. Se les robó la victoria, se les humilló, y fueron objeto de escarnio por su impotencia. Probablemente, se oyeran guturales irrisiones demoníacas de fondo: "Ja, ja, ridículos y debiluchos cristianitos. ¿Cómo osáis venir a pelear contra nosotros? ¡Ilusos!".


Así se burlaba y reía Sanbalat de los que levantaban el muro en Jerusalén (Neh. 4: 2b, aunque en ese caso ellos estaban en obediencia, cosa que no podemos decir de nosotros). Así se reían de Sansón los filisteos (Jue. 16: 25). Es como la inutilidad de presionar el interruptor de la luz cuando la central la ha cortado por impago; o como advertían algunas de las visiones que se dieron en la iglesia (la señora), que nos advertían de estar conduciendo con los ojos vendados; del tornillo que no giraba por la mugre del óxido; del enchufe que no funcionaba porque uno de los cables estaba suelto…



"Atrapados en cavernas"


"En el pozo de la desesperación, en el lodo cenagoso" (Sal. 40: 2). ¡Qué mal se anda hundiendo los pies en el barro! ¡Cuánto pesan los zapatos por el lodo adherido! A duras penas se puede dar un paso. Cuanto más andamos sin salir del pozo, más barro se nos pega. ¡Cuánto pesa el barro del pecado, del mundo, de la carnalidad, de los problemas, de la enfermedad, del desánimo y de la depresión! ¡Cuánto pesa el lodo de la derrota! ¡Tremendo lastre! (Heb. 12: 1).




"Escondidos en cárceles"


"Porque todo aquel que hace lo malo aborrece la luz y no viene a la luz para que sus obras no sean reprendidas" (Jn. 3: 20)


"Mas Yahweh llamó al hombre y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí Tu voz en el huerto y tuve miedo, porque estaba desnudo y ME ESCONDÍ" (Gén. 3: 9-10).


Esto nos recuerda el chiste del ya dormido Edwind Louis Coole en una Conferencia de Hombres en Madrid:


Un hombre le contaba a su amigo como había venido con renovada hombría de la conferencia cristiana y al llegar a su casa decidió al fin enfrentar a su mujer. Tal fue el asunto, le contaba al amigo, que había conseguido que su esposa se pusiera de rodillas. El amigo, intrigadísimo, le preguntó sobre qué le decía ella mientras estaba de rodillas. Mi mujer me decía: 'Sal de debajo de la cama y pelea como un hombre'”…


¿Qué les parece? ¿Para reír o para llorar? Da risa, pero tristemente innúmeros hombres cristianos no asumen su rol de sacerdotes del hogar por miedo a sus esposas.


Así está el pueblo de Dios. ESCONDIDO en la cárcel del pecado y sujeto con los grilletes de la INCREDULIDAD y la MURMURACIÓN. De ahí también mucho del juego espiritual sucio y subterráneo que se practica en nuestra "Champions League Evangélica".




—“¡Puestos para despojo y no hay quien les libre!”


A punto de ser devorados y nadie puede hacer nada. Algunos, como mucho, están en la parálisis del análisis. Nadie sabe, puede o quiere reaccionar. Han pasado muchos predicadores, mucho se nos ha exhortado, muchísimo han hablado también nuestros propios predicadores, pero todo ha sido fútil, porque sin arrepentimiento no puede haber perdón. Roberto Owens nos dijo en la Conferencia de Hombres del 2000, en el Escorial:


"El reino, es decir, la vida abundante, está tan cerca como tu arrepentimiento".




—“Despojados y no hay quien diga: ¡restituid!”


Devorados al fin. ¿Cuántos se han ido? Derrotados, sin fuerzas, perdidos en su ceguera…


¡Mal, muy mal, rematadamente mal! ¡Estamos mal y se sabe! Sin embargo, ningún valiente se levanta para gritar:


¡¡¡RESTITUID!!!


Nadie parece arrepentirse y clamar:


"¡Basta ya! Confieso mis pecados, entono el mea culpa; voy a restituir por los daños causados (Luc. 19: 8, Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres, y si algo he defraudado a alguno, lo restituyo cuadruplicado). Voy a confesar públicamente que te he estado resistiendo Señor. Voy a salir en medio y extenderé mi mano seca ante todos para que sea sanada (Luc. 6: 8, 10). Les contaré a todos que sin quererlo o saberlo he sido un saboteador de tu Causa; que he pecado, que he estado endurecido, que he errado el blanco. Señor mío, depongo mi ansiedad, mi amargura, mi odio, mi orgullo, mi ceguera y mi sordera". ("¡Señor sálvanos que perecemos!" Mat. 8: 25).


"Señor, nuestra barca hace aguas por todas partes y ya no hay manos suficientes para taponar los agujeros. Hemos perdido el rumbo y ya no sabemos siquiera donde nos encontramos y menos aún hacia dónde dirigirnos".


No nos bastará un arrepentimiento solamente de labios, de "boquita". El verdadero arrepentimiento se confiesa con la boca, pero además va acompañado de contrición del corazón, y nos mueve a restitución privada o pública, según toque. Habrá que condenar lo que se pasaba por alto; reconocer a los siervos que arrinconábamos olvidándolos en el banquillo, porque no nos seguían en nuestro desvarío. Deberemos promover en los jóvenes y niños en el Señor sus dones, que congelamos por miedo a que nos ensombrecieran. Se restituirá a Dios, por supuesto, pero también al hermano herido (Mat. 5: 23-24, … deja tu ofrenda en el altar y ve y reconcíliate primero con tu hermano). También habrá que rescatar de entre los escombros el costoso amor de la disciplina correctiva para la restauración de los heridos, según Mat. 18: 15-17 y 1ª Cor. 5.




—“23. ¿Quién de vosotros oirá esto? ¿Quién atenderá y escuchará respecto al porvenir?”


El Señor está en busca de voluntarios, de alguien que al fin reaccione y salga de la pasividad (algunas veces disfrazada de activismo en lo concerniente a las obras y de análisis introspectivo paralizante en lo relativo a las mentes) y quiera empezar a ver y a oír. Alguien dispuesto a escuchar la voz de Dios y a no negarse a contemplar lo que esté por delante: la voluntad de Dios para su iglesia local y universal en el 'kairos' de Dios, en este fin de siglo.



—“24. ¿Quién dio a Jacob en botín, y entregó a Israel a saqueadores? ¿No fue Yahweh, contra quien pecamos?

No quisieron andar en sus caminos, ni oyeron su ley. 25. Por tanto, derramó sobre él el ardor de su ira, y fuerza de guerra; le puso fuego por todas partes, pero no entendió; y le consumió, mas no hizo caso”.


¡De todo, hermanos, nos ha ocurrido de todo! Desde ese "roba ovejas" con nombre de detergente, que de cuando en cuando pululaba entre nosotros al acecho de las descarriadas; hasta enfermedades, tribulaciones económicas, hermanos apartados, bandos enfrentados; los atados por el mucho trabajo y los atados por no querer trabajar; etc. etc.


¿La causa de todos estos padecimientos? Pues que Dios en su disciplina nos entregó a los saqueadores (a algunos a Satanás para destrucción de la carne, 1ª Cor. 5: 5), para purificación y prueba (Dt. 8: … Te acordarás de todo el camino por donde te ha traído el Señor tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para humillarte y probarte, para saber lo que había en tu corazón, si guardarías o no sus mandamientos…), por ser aún carnales, vendidos al pecado (Rom. 7: 14). ¿Qué otro combustible se quema en el altar o en el horno de fuego, si no la carne?


También nos advierte el Señor que pecar contra nosotros mismos, nuestros familiares, nuestros hermanos y semejantes, es pecar contra Dios: "Entonces dijo David a Natán: pequé contra Yahweh" (2ª Sam. 12: 13). ¿No es vergonzoso en verdad? ¿Seguiremos pecando aún contra Aquel que murió por nosotros?


¿Nos quebrantaremos dejándonos caer sobre la Roca para obedecer o seremos desmenuzados cuando la Roca caiga sobre nosotros para disciplinarnos? (Mat. 21: 44).


Lo repetimos: Nuestra barca está tan llena de agujeros que no hay ya manos suficientes para taparlos. No es hora de parchear, sino de llevar la barca al dique seco, para una reparación a fondo.



"No quisieron andar en sus caminos ni oyeron su ley".


Vez tras vez en multitud de predicaciones y profecías, el Señor nos ha exhortado al AMOR y la SANTIDAD, pero nuestra obstinación ha podido más y vez tras vez le hemos respondido. “No andaremos” (Jer. 6: 16).




"Le puso fuego por todas partes".


¡Sí!, la disciplina del Espíritu Santo arde en la Señora por doquier. Basta mirar hacia los bancos y ver al pueblo ardiendo como teas, en medio del fuego de la prueba. La gente está quemada. El horno ha sido calentado siete veces, a máxima potencia y ni el olor a chamusquina de la carne asada a lo "Sadrac, Mesac y Abeb-nego" (Dan. 3), nos hace despertar.




"Pero no entendió; y le consumió, mas no hizo caso".


¡Qué obstinación! ¡Qué contumacia! ¡Qué orgullo! ¡Qué rebelión! Ni el fuego ardiente nos hace reaccionar. Preferimos seguir abrasándonos en la tribulación que claudicar arrepintiéndonos. Esto es soberbia, pura soberbia (Jer. 15: 7). Se prueba a hacer de todo menos obedecer:


"La obediencia es la última cosa que estamos dispuestos a dar a Jesús. Estamos dispuestos a darle lo que sea, incluso esposa, hijos y trabajo, pero no obediencia. Podemos gastarnos los dedos trabajando, quebrantar nuestra salud física al servicio de los demás, correr hasta perder el resuello en pos de nuestra perfección moral y atosigarnos de oraciones, lecturas, reuniones (y, añadimos nosotros, incluso hasta pastar como Nabucodonosor), etc., pero obediencia… ¡Eso jamás!


(Earl Jabay en "Los Dos Reinos")".



(Tomado de nuestra Revelación del año 2006: recogida en el libro FINISTERRE AL BORDE DEL JORDÁN)

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