“Por consiguiente, hermanos, os ruego por
las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo
y santo, aceptable a Dios, que es vuestro culto racional.” (Rom. 12:1).
¿Deseamos identificarnos con la Cruz…y
de este modo, con la SABIDURÍA y el PODER de Dios? Esta es la única forma en
que podemos hacerlo. Llevarle nuestra ofrenda quemada.
“De su voluntad lo ofrecerá a la puerta
del tabernáculo de reunión delante de Jehová.” (Lev. 1:3).
A
diferencia de los Israelitas de antaño, no podemos ir al rebaño para tomar algo que
muera en nuestro lugar. Jesús
hizo eso por nosotros, eso es cierto. Pero había cinco ofrendas que Moisés
instituyó para el pueblo de Dios; y como ofrenda por el pecado, Jesús la
cumplió de forma muy particular. Sólo Él podía morir por los pecados del mundo.
Pero la ofrenda quemada era distinta.
Habla de una vida de obediencia a la
voluntad de Dios y tú y yo tenemos parte en esta ofrenda al presentar nuestros cuerpos como “sacrificio vivo, santo, aceptable a Dios”. En esta ofrenda debemos “presentarnos a
nosotros mismos” y no meramente algunas de nuestras posesiones más valiosas.
Y no vamos a poder descubrir lo que es morir al pecado hasta que no
haya un verdadero morir al YO, sobre el Altar de la ofrenda quemada.
(Rom. 12:1,2).
Después
“pondrá su mano sobre la cabeza del
holocausto”. Estamos diciendo en efecto: “Acepto el juicio de Dios sobre mi
CABEZA. Acepto el hecho, oh, Señor, de que no puedo servirte de
forma aceptable a menos que trates con los pensamientos de mi mente, que están
en enemistad con tus pensamientos. Debo ser renovado en el “espíritu de la
mente” si es que voy a llegar a conocer Tu mente y a caminar en tus caminos.
Y después miro a un lado a la Cruz en la que murió Mi Señor Jesús, y veo que Su
cabeza también fue golpeada, y que le pusieron una corona de espinas sobre su
frente… espinas que
crecieron en la tierra por causa del pecado de Adán. Él sufrió todo esto para
que yo pudiera conocer la mente de Cristo, para que pudiera caminar en el
Espíritu, y para ser librado de la ley del pecado y de la muerte. Y por
tanto, oramos, “Oh, Señor, toma
mi mente y deja que conozca las magulladuras de Tu corona de espinas, para que
de ahora en adelante pueda pensar tus pensamientos y amar tus caminos.”
“Entonces degollará el becerro en la
presencia de Jehová; y los sacerdotes hijos de Aarón ofrecerán la sangre, y la
rociarán alrededor sobre el altar” (v.5). Él hizo todo eso por mí, para que Yo pudiera vivir.
Pero en el holocausto debo saber que solo
puedo conocer esta vida si yo mismo me encuentro colgado ahí con Él.
Debo aprender la misma clase de obediencia.
“Y ellos le han vencido por medio de la
sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron
sus vidas hasta la muerte.” (Apoc. 12:11).
“Después desollará el holocausto y lo
dividirá en sus piezas… Luego los sacerdotes hijos de Aarón arreglarán las
piezas, la cabeza y el sebo sobre la leña que está en el fuego sobre el altar”
(Levítico 1:6,8).
Las
piezas… las partes. Todos los pensamientos internos y las operaciones de la naturaleza carnal, totalmente expuestos y desnudos
delante del sacerdote. Sólo Dios puede hacer esto. Sólo
nuestro Sumo Sacerdote puede hacer esto. Pero tenemos que presentarnos ante Él,
para que Él pueda hacerlo en nosotros.
Las
partes… la cabeza… la grosura… ¡Oh, si pudiéramos conocer el anhelo del corazón
de Dios por tomarnos y limpiarnos, para traer a la luz las cosas escondidas de
la oscuridad, cortando en dos el
alma y el espíritu,
las coyunturas y los tuétanos, y discerniendo… descubriendo… exponiendo “los pensamientos y las intenciones del
corazón”! (Heb. 4:12). Realmente no nos conocemos a nosotros mismos hasta que la afilada espada
del Espíritu de Dios comienza a dividir, a separar y a exponer.
¡Qué exposición del corazón habrá cuando Él, con Sus ojos de llama de fuego,
acepte nuestra ofrenda y comience a descubrir y a desnudar las PARTES ante Su
ojo penetrante, purificador y limpiador!
Y así, comprendamos las implicaciones de nuestro holocausto: Nuestras manos tienen que estar
clavadas a la Cruz para que cuando yo comience a servirle desde el fuego de
la ofrenda quemada, ya no sean más mis manos, sino las Suyas, y que yo las
pongo sobre los cuerpos y almas de los hombres para su sanidad. Mis pies han de estar
fijados firmemente a ese árbol, para que de ahora en adelante, yo pueda caminar con los
“hermosos pies” del Cristo resucitado, sobre los montes de la unción y la
victoria, llevando el evangelio de la paz a las almas cautivas de los hombres.
Mi costado
tiene que ser abierto, para que de mi corazón quebrantado salgan la sangre y el
agua… si es que voy a conocer la liberación de las aguas
vivas de mi corazón… aguas vivas que están saturadas con la preciosa sangre de
Jesús, que fluyen en ríos de sanidad y de vida a las naciones del mundo.
¡Cuántos
de nosotros hemos buscado en los escritos de famosos vencedores a lo largo de
la historia de la Iglesia, esperando descubrir el secreto para vivir la vida de
Cristo! Y entonces, al llegar a los cinco pasos fáciles para la victoria, los
subrayamos e intentamos por todos los medios hacer que funcionen… para descubrir unos días después que de alguna
manera el trabajo se ha quedado sin hacer. Y entonces, nos volvemos a otro
libro, y después a otro… esperando descubrir el secreto de la vida, solo para
sufrir una decepción tras otra.
¿Qué es lo que estamos diciendo?
Simplemente que la Ofrenda Quemada es por completo mediante la operación de
nuestro gran Sumo Sacerdote en los cielos. El Israelita de antaño traía su ofrenda al sacerdote, ponía su
mano sobre la cabeza del toro y lo mataba. Quizás no entendiera nada de lo que todo eso significaba,
pero aún sin saberlo, estaba diciendo: “Me identifico con esta
ofrenda que está siendo inmolada”. Después, el sacerdote tomaba la ofrenda y
hacía el resto. El
sacerdote sería el responsable de preparar la leña en el fuego, colocar las
partes sobre la leña, y avivar el fuego que haría que la ofrenda ascendiera a
Dios “como dulce aroma para el SEÑOR”.
Así,
debo dejarla con un solo requisito, y debo aceptarla para mí mismo. Al traer nuestra ofrenda al
Señor, nuestro gran Sumo Sacerdote, ¡debemos dejarla ahí para que Él acabe
la obra! (Solo recordando, por supuesto, que nuestro “toro” tiene
cuatro patas, y nuestra “tórtola” tiene dos alas). Quiero decir que cuando
traemos a Él nuestra ofrenda, debemos decretar la sentencia de muerte para todo
el hombre… y permanecer ante el Altar hasta que estemos seguros de
que el Sacerdote nos tiene bajo Su control. Debemos pedirle que Él
haga esto por nosotros y en nosotros:
“Señor,
daña mi cabeza, mis manos, mis pies, mi costado, mi corazón. Expón mis partes
internas completamente a la espada del Espíritu, y a los fuegos de Tu Altar…
que de la futilidad de una vida que he vivido en las energías y luchas carnales
de mi naturaleza carnal, Tú, en tu gracia, y en la sabiduría de Tu Cruz, puedas
consumir mi sacrificio con el Fuego que sale del Altar, para que ascienda como
incienso delante del Señor…” “Una ofrenda encendida de aroma agradable para el SEÑOR”.
Puede leer el libro completo aquí: http://txemarmesto.blogspot.com.es/2012/06/libro-quienes-sois-george-h-warnock.html
Puede leer el libro completo aquí: http://txemarmesto.blogspot.com.es/2012/06/libro-quienes-sois-george-h-warnock.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Agradecemos cualquier comentario respetuoso y lo agradecemos aún más si no son anónimos. Los comentarios anónimos no serán respondidos.