LA OFRENDA QUEMADA (HOLOCAUSTO), George H. Warnock


“Por consiguiente, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es vuestro culto racional.” (Rom. 12:1).
¿Deseamos identificarnos con la Cruz…y de este modo, con la SABIDURÍA y el PODER de Dios? Esta es la única forma en que podemos hacerlo. Llevarle nuestra ofrenda quemada.
“De su voluntad lo ofrecerá a la puerta del tabernáculo de reunión delante de Jehová.” (Lev. 1:3).
A diferencia de los Israelitas de antaño, no podemos ir al rebaño para tomar algo que muera en nuestro lugar. Jesús hizo eso por nosotros, eso es cierto. Pero había cinco ofrendas que Moisés instituyó para el pueblo de Dios; y como ofrenda por el pecado, Jesús la cumplió de forma muy particular. Sólo Él podía morir por los pecados del mundo. Pero la ofrenda quemada era distinta. Habla de una vida de obediencia a la voluntad de Dios y tú y yo tenemos parte en esta ofrenda al presentar nuestros cuerpos como “sacrificio vivo, santo, aceptable a Dios. En esta ofrenda debemos “presentarnos a nosotros mismos” y no meramente algunas de nuestras posesiones más valiosas. Y no vamos a poder descubrir lo que es morir al pecado hasta que no haya un verdadero morir al YO, sobre el Altar de la ofrenda quemada. (Rom. 12:1,2).
Después “pondrá su mano sobre la cabeza del holocausto”. Estamos diciendo en efecto: “Acepto el juicio de Dios sobre mi CABEZA. Acepto el hecho, oh, Señor, de que no puedo servirte de forma aceptable a menos que trates con los pensamientos de mi mente, que están en enemistad con tus pensamientos. Debo ser renovado en el “espíritu de la mente” si es que voy a llegar a conocer Tu mente y a caminar en tus caminos. Y después miro a un lado a la Cruz en la que murió Mi Señor Jesús, y veo que Su cabeza también fue golpeada, y que le pusieron una corona de espinas sobre su frente… espinas que crecieron en la tierra por causa del pecado de Adán. Él sufrió todo esto para que yo pudiera conocer la mente de Cristo, para que pudiera caminar en el Espíritu, y para ser librado de la ley del pecado y de la muerte. Y por tanto, oramos, “Oh, Señor, toma mi mente y deja que conozca las magulladuras de Tu corona de espinas, para que de ahora en adelante pueda pensar tus pensamientos y amar tus caminos.”
“Entonces degollará el becerro en la presencia de Jehová; y los sacerdotes hijos de Aarón ofrecerán la sangre, y la rociarán alrededor sobre el altar” (v.5). Él hizo todo eso por mí, para que Yo pudiera vivir.
Pero en el holocausto debo saber que solo puedo conocer esta vida si yo mismo me encuentro colgado ahí con Él. Debo aprender la misma clase de obediencia.
“Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte.” (Apoc. 12:11).
“Después desollará el holocausto y lo dividirá en sus piezas… Luego los sacerdotes hijos de Aarón arreglarán las piezas, la cabeza y el sebo sobre la leña que está en el fuego sobre el altar” (Levítico 1:6,8).
Las piezas… las partes. Todos los pensamientos internos y las operaciones de la naturaleza carnal, totalmente expuestos y desnudos delante del sacerdote. Sólo Dios puede hacer esto. Sólo nuestro Sumo Sacerdote puede hacer esto. Pero tenemos que presentarnos ante Él, para que Él pueda hacerlo en nosotros.
Las partes… la cabeza… la grosura… ¡Oh, si pudiéramos conocer el anhelo del corazón de Dios por tomarnos y limpiarnos, para traer a la luz las cosas escondidas de la oscuridad, cortando en dos el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discerniendo… descubriendo… exponiendo “los pensamientos y las intenciones del corazón”! (Heb. 4:12). Realmente no nos conocemos a nosotros mismos hasta que la afilada espada del Espíritu de Dios comienza a dividir, a separar y a exponer. ¡Qué exposición del corazón habrá cuando Él, con Sus ojos de llama de fuego, acepte nuestra ofrenda y comience a descubrir y a desnudar las PARTES ante Su ojo penetrante, purificador y limpiador!
Y así, comprendamos las implicaciones de nuestro holocausto: Nuestras manos tienen que estar clavadas a la Cruz para que cuando yo comience a servirle desde el fuego de la ofrenda quemada, ya no sean más mis manos, sino las Suyas, y que yo las pongo sobre los cuerpos y almas de los hombres para su sanidad. Mis pies han de estar fijados firmemente a ese árbol, para que de ahora en adelante, yo pueda caminar con los “hermosos pies” del Cristo resucitado, sobre los montes de la unción y la victoria, llevando el evangelio de la paz a las almas cautivas de los hombres.
Mi costado tiene que ser abierto, para que de mi corazón quebrantado salgan la sangre y el agua… si es que voy a conocer la liberación de las aguas vivas de mi corazón… aguas vivas que están saturadas con la preciosa sangre de Jesús, que fluyen en ríos de sanidad y de vida a las naciones del mundo.
¡Cuántos de nosotros hemos buscado en los escritos de famosos vencedores a lo largo de la historia de la Iglesia, esperando descubrir el secreto para vivir la vida de Cristo! Y entonces, al llegar a los cinco pasos fáciles para la victoria, los subrayamos e intentamos por todos los medios hacer que funcionen… para descubrir unos días después que de alguna manera el trabajo se ha quedado sin hacer. Y entonces, nos volvemos a otro libro, y después a otro… esperando descubrir el secreto de la vida, solo para sufrir una decepción tras otra.
¿Qué es lo que estamos diciendo? Simplemente que la Ofrenda Quemada es por completo mediante la operación de nuestro gran Sumo Sacerdote en los cielos. El Israelita de antaño traía su ofrenda al sacerdote, ponía su mano sobre la cabeza del toro y lo mataba. Quizás no entendiera nada de lo que todo eso significaba, pero aún sin saberlo, estaba diciendo: “Me identifico con esta ofrenda que está siendo inmolada”. Después, el sacerdote tomaba la ofrenda y hacía el resto. El sacerdote sería el responsable de preparar la leña en el fuego, colocar las partes sobre la leña, y avivar el fuego que haría que la ofrenda ascendiera a Dios “como dulce aroma para el SEÑOR”.
Así, debo dejarla con un solo requisito, y debo aceptarla para mí mismo. Al traer nuestra ofrenda al Señor, nuestro gran Sumo Sacerdote, ¡debemos dejarla ahí para que Él acabe la obra! (Solo recordando, por supuesto, que nuestro “toro” tiene cuatro patas, y nuestra “tórtola” tiene dos alas). Quiero decir que cuando traemos a Él nuestra ofrenda, debemos decretar la sentencia de muerte para todo el hombre… y permanecer ante el Altar hasta que estemos seguros de que el Sacerdote nos tiene bajo Su control. Debemos pedirle que Él haga esto por nosotros y en nosotros:

“Señor, daña mi cabeza, mis manos, mis pies, mi costado, mi corazón. Expón mis partes internas completamente a la espada del Espíritu, y a los fuegos de Tu Altar… que de la futilidad de una vida que he vivido en las energías y luchas carnales de mi naturaleza carnal, Tú, en tu gracia, y en la sabiduría de Tu Cruz, puedas consumir mi sacrificio con el Fuego que sale del Altar, para que ascienda como incienso delante del Señor… “Una ofrenda encendida de aroma agradable para el SEÑOR”.

Puede leer el libro completo aquí: http://txemarmesto.blogspot.com.es/2012/06/libro-quienes-sois-george-h-warnock.html

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