ESTUDIO-VIDA DE ÉXODO
MENSAJE CIENTO
CINCUENTA Y UNO
EL ALTAR DE ORO PARA EL INCIENSO
(5)
Lectura bíblica: Ex. 30:6-10, 26-28; 40:5, 26-27; Sal. 84:3; 141:2; Ap. 8:3-6
(Ver estudio completo aquí: http://www.librosdelministerio.org/books.cfm?id=282B29E7)
NUESTRA CONDUCTA, VISIÓN Y VIRTUD
Nuestra conducta va en contra de Cristo
como vida (el pan de la mesa de la presencia, la mesa de la proposición).
Nuestra visión va en contra de Cristo como luz (el candelero). Nuestra
virtud va en contra de Cristo como el incienso que ofrecemos a
Dios (el altar del incienso). Nuestra conducta, visión y virtud representan
nuestro ser natural, el cual va en contra de Cristo como el testimonio de Dios
(el arca). Si somos cenizas, ¿tendremos
nuestra conducta, visión y virtud natural? Claro que no. Un montón de cenizas
no tiene conducta, ni visión, ni virtud, no tiene nada. Reducirse a cenizas es
reducirse a nada, a cero.
Mientras pensemos que somos
algo y nos consideremos como algo, no estamos en el tabernáculo. Más bien, estamos fuera del tabernáculo. ¿Recuerda el significado del tabernáculo?
Este significa al Dios encarnado. Por lo tanto, estar en el tabernáculo
significa estar en Dios. Ahora debemos
darnos cuenta de que el requisito para estar en Dios es que lleguemos a ser
nada. Sólo podemos estar en Dios, si llegamos a ser cero, primero. Por esta razón, quisiera
hacer hincapié en el hecho de si seguimos pensando que somos algo no estamos en
Dios. Pero cuando llegamos a ser nada, estamos calificados para estar en Él.
¿Cómo sabemos si todavía somos
algo y que aún no hemos llegado a ser nada? Lo sabemos porque todavía tenemos nuestra conducta, nuestra visión o perspectiva y nuestras
virtudes naturales. Por ejemplo, un hermano puede pensar que es muy amable y
agradable. Otro ejemplo sería que, un esposo piense que es más amable que su
esposa. Sin embargo, una persona que ora en el altar del incienso que está en
el tabernáculo no tiene este concepto de sí misma, sino que ha llegado a ser
cenizas. Esto significa que ya no posee su virtud natural. Su virtud, conducta
y visión natural han llegado a ser cenizas.
Si mantenemos nuestra conducta
y comportamiento natural, no disfrutaremos de Cristo como el suministro de
vida. Les
aseguro que lo que les digo no es simple doctrina. Esto lo he aprendido en mi
experiencia. La experiencia me dice que siempre que me agarro de mi conducta natural. No disfruto a Cristo como el suministro de
vida.
También he aprendido que si
tengo mi propia visión, punto de vista y
conocimiento, no tengo a Cristo como la luz. No lo puedo experimentar como
el candelero. Sólo lo puedo experimentar como tal cuando ya no tengo mi propia
visión.
A menudo las preguntas que otras personas nos hacen nos ponen en
evidencia en cuanto a nuestra visión y conocimiento natural. Suponga que usted
me preguntara acerca de algún hermano o de alguna iglesia. Si pregunta es como
una prueba para mí y mi respuesta le daría a entender si aún tengo mi visión
natural. Si yo sostengo mi opinión, punto de vista y conocimiento natural,
Cristo no será mi candelero. Pero, si no sostengo mi visión natural, Él llegará
a ser mi candelero de manera real en mi experiencia. Él será mi luz. Entonces
en lugar de una visión natural, tendré la luz divina. Tendré la luz espiritual,
la cual es Cristo mismo.
Demasiadas ocasiones
tenemos opiniones acerca de los hermanos de la iglesia. Sin embargo, a veces
vemos las cosas con Cristo como nuestra luz. Una persona que ora e intercede en
el segundo altar tiene la luz espiritual
en lugar de una luz natural.
Además, cualquiera que
intercede en el altar del incienso tiene a Cristo como su incienso. Ya no tiene
su virtud natural.
Para esta clase de persona, Cristo es todo: Cristo es su suministro de vida para tener una conducta apropiada, es su luz para tener una visión adecuada, y es su virtud para que tenga un olor fragante que sube a Dios. Esta
clase de persona puede orar en el altar del incienso.
Nada de lo que oramos en el
primer altar, el del holocausto que estaba en el atrio, puede ser considerado
como intercesión. Sin embargo, cuando oramos en el segundo altar esto se
considera una intercesión. En el segundo altar no oramos tanto por nosotros mismos, sino por la economía de Dios, Su impartición,
por Su mover, por Su recobro y por la iglesias y los santos. Intercedemos de
forma espontánea.
Cuando oramos en el primer altar, es muy difícil orar sin
estar centrados en nosotros mismos y
nuestra situación. Sin embargo, cuando oramos en el segundo altar, se hace difícil centrarnos sólo en nosotros mismos.
La razón por la cual nuestro yo no se involucra en las oraciones que se ofrecen
en el altar del incienso es que para orar en el segundo altar requiere que
nosotros seamos reducidos a nada primero.
En cambio, los que oran en el primer altar casi siempre claman al Señor por
ellos mismos. Ellos claman para que el Señor tenga misericordia de ellos, y los ayude en sus asuntos. Es muy difícil poner a un
lado nuestra situación personal cuando oramos en el primer altar. La operación
que se hace en este altar está llena de
nosotros mismos. Pero cuando llegamos al
segundo altar, hemos pasado por la cruz,
la mesa, el candelero y el arca. Puesto a que hemos tenido la experiencia
de la mesa, ya no tenemos nuestra conducta
natural; más bien, tenemos a Cristo
como nuestro suministro. Puesto que hemos ido al candelero, ya no tenemos
una visión natural, sino a Cristo como nuestra luz.
Ahora debemos ver lo que
experimentamos cuando vamos al arca.
El arca representa a Cristo como
testimonio de Dios, el cual va en contra de nuestro ser natural, representado por el
velo que separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo. Necesitamos ver que el velo es nuestro ser natural y que este va en
contra del arca. Nuestro ser natural
se compone de nuestra conducta,
visión y virtud. Este ser natural es el velo que se opone a Cristo como
testimonio de Dios.
¿Se ha dado cuenta de que
el velo que cubría el arca iba en contra de la misma y que representa a nuestro
ser natural? Aquí vemos cuatro asuntos: nuestra conducta natural, nuestra visión
natural, nuestra virtud natural,
los cuales componen, nuestro ser natural.
Supongamos que un hermano es todo un caballero. Él es muy buen
esposo y padre. Además, tiene una visión natural y mucho conocimiento. También
está lleno de virtud. Muchas personas lo considerarían como un cristiano
excepcional, ya que tiene un buen comportamiento, visión y virtud. Sin embargo,
esta clase de cristiano es natural y vive conforme a su ser natural. Como resultado,
él no puede estar dentro del tabernáculo ni orar frente al altar del incienso. Mientras él continúe
considerándose una buena persona, estará lejos del tabernáculo. Con toda
seguridad él no se encuentra en Dios.
Lo antes mencionado ha llegado a ser mi experiencia a través de
los años. Yo no hubiese podido haber dado este mensaje hace treinta años, ya
que mi experiencia era limitada. Lo que aprendí era mayormente doctrinal. Como
les he dicho, mi interés no es presentar el altar del incienso de forma doctrinal,
sino que vean que el altar del incienso de una forma práctica.
El significado del altar
del incienso es muy profundo. Nos demuestra que si hacemos oraciones de
intercesión en el altar del incienso, nos volvemos cenizas, es decir, somos
anulados. Si somos cenizas, ya no tendremos nuestra forma de ser natural, ni nuestro punto de vista natural, ni nuestra virtud natural tratando de reemplazar a Cristo como nuestro suministro de vida, nuestra luz ni nuestro incienso.
Esto significa que ya no seremos naturales. Por lo tanto, ya no tendremos un velo, más bien, tendremos al arca, es decir, a Cristo como el
testimonio de Dios. Como resultado, estaremos calificados para interceder en el
altar del incienso. Después de haber
pasado por todas las estaciones del tabernáculo, podemos pasar a orar, a
interceder, en el altar de oro del incienso.
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