Al
DISCERNIMIENTO llegamos por el quebrantamiento de nuestro hombre
exterior, que nos lleva a la división del alma y el espíritu
humanos, que permanecen mezclados y no se los puede diferenciar uno
del otro, hasta que la espada de la Palabra de Dios (Heb. 4: 12)
junto con dicho quebrantamiento nos va enseñando gradualmente a
conocer lo que es la carne.
Esa
espada era el cuchillo afilado de los sacerdotes, abriendo todas las
partes del sacrificio, para que quedaran expuestas, desnudas y
abiertas delante de Dios.
Con
cada tajo de profundización de la espada de Jesucristo sobre
nosotros cuando estamos en el altar, es como si el Espíritu nos
dijera: "¿Ves eso que ha quedado al descubierto tras el último
machetazo que te prodigué? Eso es tuyo, esa es tu carne. ¿Ves ahora
que en realidad tu intención detrás de ello eran tus propósitos,
tus deleites, tu ego y no Mi gloria? Pues recuérdalo para cuando
vuelva a aparecer cosa similar".
Así,
cuando la espada penetra la carne es expuesta a la luz de
la revelación y aprendemos que aquello que pensábamos ser de
Dios o del Espíritu era nuestro y no Suyo. Solo así, desnudos,
somos capaces de poder ver y detestar toda carnalidad.
El
proceso divisorio concluye con esa crisis final del Cruce del
Jordán, que separa las aguas de arriba (lo espiritual) y
las aguas de abajo (lo terrenal o almático). Solamente
después de esta crisis quedamos habilitados para poder discernir
la voz del Espíritu en nuestro espíritu y para andar en el
espíritu.
Josué
3: 16,
Las
aguas que descendían de arriba, se pararon como en un
montón bien lejos de la ciudad de Adam, que
está al lado de Saretán; y las que descendían al mar de
los llanos, al mar Salado, se acabaron y fueron PARTIDAS;
y el pueblo pasó en derecho de Jericó.
Hebreos
4: 12,
Porque
la palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda
espada de dos filos: y que alcanza hasta PARTIR el
alma, y aun el espíritu, y las coyunturas y tuétanos, y discierne
los pensamientos (del alma) y las
intenciones del corazón (del espíritu).
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