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ESTA ES LA ERA DE NUESTRAS IGLESIAS LAODICENSES, G. H. Warnock en "Coronado con Aceite"


Esta es la era de Laodicea

El espíritu de compromiso casi ha conquistado al pueblo de Dios y especialmente al liderazgo en la Iglesia hoy día. La parte triste de todo esto es que están casi ciegos a su condición. Nuestro Señor tiene “colirio” para ungir nuestros ojos para poder ver.
Pero ser ciegos y al mismo tiempo insistir que vemos—esto nos deja totalmente desvalidos e inmunes a cualquier oferta de salvación.
Todo el mundo está preparado para admitir que la Iglesia de Laodicea es el carácter de la Iglesia de los últimos tiempos; pero Laodicea es siempre esa otra iglesia cruzando la calle, no aquella a la que nosotros asistimos. ¡La nuestra es esa “Iglesia gloriosa” de la que Pablo habló!
Y de este modo, el “evangelio” del Reino continúa siendo proclamado por una Iglesia laodicense… Una Iglesia que se ha basado prácticamente en su totalidad en la acumulación de recursos terrenales y que se ha involucrado cada vez más en la economía de la tierra, en la política de la tierra y en los gobiernos de la tierra.
Una Iglesia que es “rica y que se ha enriquecido en bienes—
Una Iglesia que promete al pueblo de Dios salud, prosperidad, felicidad y gozo…, con la condición de que liberen sus recursos para la gloria de Dios—
Una Iglesia que ha pervertido el “discipulado” para significar devoción a su sistema en lugar de abandonarlo todo para seguirle a Él—
Una Iglesia que considera que los grandes recursos financieros son la provisión de Dios para alcanzar a los perdidos, en lugar de reconocer esto como el lazo que la ha estrangulado y que la ha privado del aliento de vida—
Una Iglesia que ha abrazado casi totalmente al mundo y a sus sistemas, pensando que al abrazar al mundo podría ganarlo—
Una Iglesia que ha sido cautivada por el espíritu de Jezabel, que es un espíritu de hechicería, y que seduce a los siervos de Dios a “cometer fornicación y a comer cosas sacrificadas a los ídolos.” (Apoc. 2:20).
Los profetas de Jezabel y de Baal pueden declarar algunas verdades muy sorprendentes, como lo hizo Balaam. Pero su corazón era perverso; lo estaba haciendo por el dinero que había de por medio, y la ira de Dios cayó sobre él.
En el tiempo de Ezequiel Dios se quejó de que los profetas no estaban preparando al pueblo para el día de la batalla y que tampoco estaban levantando la verja de defensa para que el pueblo pudiera permanecer firme en el día del SEÑOR. En lugar de eso, seducían al pueblo diciendo: “Paz, y no hay paz”. (Lee Ezequiel 13:116).
Hay muchas profecías en nuestras iglesias. ¿Pero cuanto tiempo ha pasado desde aquel tiempo en que oíamos profecías que hacían que los hombres se postraran sobre sus rostros “al ser hecho manifiesto lo oculto del corazón de ellos” y que clamaran, “verdaderamente Dios está en medio de vosotros” (1ª Cor. 14:25)?
Leemos de hombres como Wesley o como Fox y otros muchos que predicaron bajo tal unción y poder que los hombres temblaban y caían sobre sus rostros con un dolor retorcido, por causa de lo impresionante de la santa presencia de Dios. 
El Pentecostés temprano fue conocido por la presencia consumidora y ardiente de Dios. Los corazones de los hombres eran golpeados mientras agonizaban bajo la convicción y el reproche del Espíritu Santo. Ahora quieren levantar monumentos en la memoria de aquellos grandes días de visitación. ¡Los sepulcros son lugares inofensivos! ¡Ahora somos respetables! ¡No queremos cosas de esas en nuestras iglesias! ¿Por qué no buscar “los viejos caminos” sobre los que los profetas de la gloria de Dios caminaron en las generaciones pasadas? Me temo que es porque no queremos realmente que esos arroyos purificadores de fuego santo puedan destruir nuestro cómodo estilo de vida Laodicense.
El huevo no está—y nos conformamos pasando el tiempo admirando la cáscara rota— Nos alimentamos de las cáscaras que comen los cerdos en lugar de regresar a la mesa del Padre—
La gloria se ha apartado y arreglamos el velo que se rasgó en dos, siguiendo con nuestra “adoración” ante un arca que está vacía de la Shekinah—
Los altares siguen en nuestras iglesias, pero no hay sacrificio sangriento puesto sobre ellos. Las partes desmembradas de la ofrenda quemada ofrecen una escena demasiado sangrienta—con la cabeza, el corazón y el hígado expuestos a los fuegos
santos de Dios— Debemos tener un altar porque un altar es parte de la adoración del templo. Pero que sea un altar de roble o de caoba, y que esté adornado con tapices y cordones dorados, y no corrompido con el humo de la ofrenda quemada. Que no sea ensuciado con el llanto y el gemido de corazones penitentes o por la mugre de los pecados de la calle. Ahora somos Laodicenses y nuestros templos deben permanecer hermosos por dentro y por fuera para atraer a las multitudes. Los suelos tienen que ser diseñados con el arte de los arreglistas florales—porque este templo es para los ricos y los poderosos. No queremos vagabundos aquí. ¡Nuestros patios tienen que estar llenos de gente que alaba, feliz y jovial! Ya no adoramos en misiones en oscuros callejones o en fachadas de antiguos almacenes. Nuestros templos son de la mejor arquitectura y obra de arte. Porque “estamos enriquecidos en todo y no tenemos necesidad de nada”.
Y si por casualidad Dios nos prospera y nuestros graneros rebosan, los venderemos o los destruiremos para hacer graneros más grandes para la gloria de Dios. Esto es lo que muchos consideran que es la “visión” y el “alcance espiritual”. 
Tenemos que edificar torres que alcancen a los cielos para evitar que el pueblo de Dios esté disperso—para mantenerlos juntos—para hacerlos uno—“Y para hacer un nombre para nosotros mismos.” “Y el SEÑOR descendió para ver la ciudad y la torre que habían edificado los hijos de los hombres.” (Gen. 11:5). ¡Pero no le impresionó lo más mínimo!
Amados, no nos inquietemos lo más mínimo cuando Dios comience a confundir los lenguajes de los hombres y a dispersar a la gente. No nos preocupemos cuando las finanzas vayan mal y los hombres se vean forzados a dejar sus planes de acabar la ciudad y la torre. Dios quiere que sepamos que “el Altísimo no mora en templos hechos de manos”. El corazón del hombre es la única morada que Dios ha deseado por habitación. No os sorprendáis cuando el Señor de la gloria camine en medio de la Iglesia hoy y tumbe las mesas de los cambistas. No tratéis de colocar las mesas solo por haber comprado y pagado una de ellas. ¡Y no culpéis al diablo tampoco! Es Dios el que dice, “No hagáis la casa de mi Padre casa de mercadería”.
Es Dios el que dice: “Ya os habéis sentado demasiado tiempo en vuestros bancos cómodos cantando las canciones de SEÑOR en tierra extraña—Yo ahora hago volver vuestra cautividad—Os saco de Babilonia—Os guío a Sión, la ciudad del Dios viviente…" 
¿No podemos oír el llamado al arrepentimiento en esta hora asombrosa?
“Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ! !Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un
desventurado,
miserable,
pobre,
ciego
y desnudo.
Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas. Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete.” (Apoc. 3:1519).
De modo que nuestro Señor permanece en la puerta, llamando y pidiendo entrada:
“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo.” (Apoc. 3:20).

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