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CONFIAR O NO CONFIAR, Por Wayne Jacobsen - Artículos “La Vida del Cuerpo” – 1996



Traducción: Claudia Juárez Garbalena.

Mi esposa Sara y yo habíamos pasado casi una semana entre ellos. Fuimos invitados a enseñar y también fuimos aprendiendo a medida que observábamos la simplicidad de la comunión, la adoración y el crecimiento que este grupo de creyentes comparten juntos. Finalmente, a altas horas de una noche mientras estábamos sentados junto al fuego con algunas de las personas claves en el grupo logramos hacerles algunas preguntas sobre la vida que comparten juntos.
"¿Cómo enseñan a los creyentes a confiar los unos en los otros?", Preguntó Sara.
Por la reacción en sus rostros alrededor de la habitación, podrías haber pensado que lo que Sara había preguntado era si sacrificaban animales. Se miraron unos a otros y sacudían la cabeza como diciendo: "Realmente no lo entienden, ¿verdad?" Yo estaba sorprendido. Habíamos sido testigos de su honestidad, transparencia y servicio a los demás. Pensé que seguramente ellos trabajaban basados en la confianza mutua.
Uno de ellos finalmente habló: "¿En dónde la Palabra nos enseña a poner nuestra confianza en hombres?"
Empecé a sondear en las profundidades de mi mente buscando a través de cada Escritura que pudiera recordar. No pude encontrar ninguna Escritura para responder esta pregunta.
¿Cómo podía ser esto posible? Mucho de lo que había enseñado acerca del poder de la comunidad cristiana era ayudar a la gente a ver lo mucho que se necesitan los unos a otros y les había ayudado a construir el tipo de relaciones basadas en la confianza que les permitiera compartir la vida de Dios juntos. Pero supe, y muchos a los que había enseñado también lo sabían, que esta confianza siempre se rompe. Después de todo, somos gente imperfecta que comete errores, que nos fallamos el uno al otro, especialmente en los momentos críticos, es por esto que las iglesias a menudo dejan una estela de personas heridas.
Pero, ¿el cristianismo no es una comunidad basada en la confianza? He examinado esta cuestión frecuentemente desde este encuentro hace casi 8 meses. Nuestro último número de “La Vida del Cuerpo” trata de la confianza que podemos tener en el Padre a través de la fe que Jesús demostró en la cruz. Ahora, vamos a echar un vistazo a las implicaciones de la cruz (los logros de Cristo) en nuestras relaciones con otros creyentes.

¿Por qué Jesús no confiaba en la gente?

Esta es probablemente la pregunta más difícil que me han hecho mientras enseñaba en una comunidad. "¿Por qué tenemos que confiar en los demás si Jesús no lo hizo?" Había pedido dos veces a dos de ellos que se refirieran a la misma Escritura: Juan 2:24-25:
"Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre".
En ambas ocasiones murmuré algo acerca de la sabiduría superior de Jesús y que nadie fue capaz de entender su muerte en la cruz hasta después de que esta había acontecido.
Pero incluso en el momento la pregunta me incomodó. Si Jesús no se fiaba de los hombres porque Él sabía lo que estaba en ellos, ¿por qué nos lo pediría a nosotros? Sin embargo, los únicos modelos que conocía para la vida del cuerpo eran aquellos en los que la gente estaba intentando confiar en los demás.
No me detuve meditando el tema hasta darme cuenta de que esto también fue el común denominador en aquellos que habían sido profundamente heridos por sus experiencias pasadas en la iglesia. Ellos habían confiado en los demás sólo para ver que esto se volvía contra ellos dondequiera que sus luchas, necesidades o dones no se ajustaba al programa vigente.
Así que como creyentes, ¿confiamos o no confiamos unos en otros?

Poniendo nuestros ojos en la Palabra

Hay tres conceptos que siguen surgiendo en la mayoría de las enseñanzas sobre la importancia de la vida en la iglesia: cometido (obligación, compromiso), rendición de cuentas y confianza. Estos conceptos se utilizan en las iglesias para describir el tipo de vida que los hermanos y hermanas deberían compartir juntos. Había usado estas palabras a menudo para ayudar a la gente a ver el gran valor que la vida del cuerpo puede ser para ellos.
‘Cometido’ (obligación, compromiso) no se utiliza en absoluto en el Nuevo Testamento, aunque su raíz es ‘cometer'. Curiosamente es abrumadoramente usada para hablar de cometer pecado, como en cometer adulterio. Sólo en el Antiguo Testamento podemos encontrar referencias sobre cometer (comprometer) nuestros caminos al Señor. Dos referencias en el Nuevo Testamento describen a personas cometidas o comprometidas a la gracia de Dios. Todas estas referencias, sin embargo, están claramente dirigidas al Padre y Su obra, nada habla de estar cometido u obligado el uno con el otro o a la iglesia.
Del mismo modo, “rendir cuentas" en la Escritura sólo se dirige a Dios. No somos responsables de rendir cuentas a la iglesia local, a sus líderes o incluso a otros hermanos y hermanas. Pablo específicamente se exentó a sí mismo de tal pensamiento: “Yo en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros, o por tribunal humano; y ni aun yo me juzgo a mí mismo. Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor.” (I Corintios 4:3-4).
Aunque hay amplias referencias sobre confiar y creer a través de toda la Palabra, no pude encontrar una donde se nos anime a dejar que otro creyente sea el objeto de nuestra confianza. Se nos ha dicho que nos amemos unos a otros, que oremos los unos por otros, que sobrellevemos las cargas los unos de los otros, que nos perdonemos los unos a otros, que nos sirvamos los unos a otros, que nos estimulemos entre sí al amor y buenas acciones, que seamos amables los unos con otros y muchas otras cosas más, pero nunca se nos ha dicho que confiemos los unos en los otros. Todas las referencias sobre la confianza y la creencia se dirigen exclusivamente a Dios. Si Él es el único en quien toda nuestra confianza es depositada, ¿qué nos queda por dar a otro creyente? Interesante ¿no? 
Conceptos que consideramos fundamentales en la construcción de la vida del cuerpo no son ni siquiera parte de la base que Jesús dio a la iglesia. De hecho, estos son los conceptos que históricamente la iglesia ha utilizado para obligar a las personas a que se unan a sus programas y agendas, afirmaciones como: "¿No confías en el liderazgo aquí?" "Si quieres crecer tienes que estar comprometido con lo que Dios está haciendo entre nosotros." "Tienes que estar conectado en algún lugar para que puedas rendir cuentas."
Jesús sólo nos dio dos mandamientos: Amar a Dios, y amarnos los unos a otros. Haciendo esto, vamos a cumplir con todas sus expectativas para nuestras vidas.

Conceptos de instituciones

Así que ¿por qué estos conceptos son tan comúnmente utilizados hoy en la iglesia? Estar cometidos (comprometidos), rendir cuentas y confiar, son conceptos que tienen que ver con las instituciones y son necesarias para la supervivencia de cualquier institución. Es lo que permite a las personas encontrar identidad y cooperación.
Lamentablemente muchas personas no tienen una distinción precisa en su mente acerca de la iglesia tal como Dios la ve y de las instituciones que han surgido alrededor de ella. Pensamos en ellas como la misma cosa.
Dios ve a una sola iglesia que abarca a cada creyente en todos los rincones del mundo. Él no ve sus fracasos institucionales o la debilidad de sus líderes o seguidores. Él ve a la iglesia con gran afecto, anhelo y pasión. Gene Edwards, autor de el cuento de "Los Tres Monarcas”, ha llamado a la iglesia: “La más bella dama en el mundo.” Me gusta mucho esta descripción pues entendiéndola bajo esta perspectiva nos impedirá ponernos cínicos y sarcásticos acerca de lo que Dios ama tanto.
Pero esto no es lo mismo que las organizaciones, los edificios y las reuniones que hoy llamamos "iglesia". Dondequiera que los creyentes se reúnen y buscan trabajar juntos como una institución esto surge a su alrededor. Esto es lo que permite a un grupo organizarse, recoger y gastar dinero y tomar decisiones. Los líderes son casi siempre seleccionados porque ofrecen ciertos "servicios" a los miembros. Eso ha sido una realidad por 1900 años y probablemente siga siendo cierto hasta la venida de Cristo.
Los hombres necesitan las instituciones para funcionar. Esas instituciones pueden ser buenas cuando liberan la vida del Señor y Su poder entre un grupo de personas o, pueden llegar a ser egoístas e interesadas cuando buscan utilizar la institución como la extensión de sus necesidades de poder o los medios para su propia comodidad. Si la historia de la iglesia nos enseña todo esto, lo que demuestra es que, si bien la institución que rodea a la iglesia a menudo ha sido de gran ayuda en la preservación de la historia, sirviendo necesidades, poniendo a prueba la ortodoxia y predicando el evangelio, sus actividades también con demasiada frecuencia dejan a la institución invadir la vida de Dios dentro de ella. Siempre puedes ver que la vida de Dios está siendo suplantada cuando en una iglesia hay batallas sobre 'lo correcto' en asuntos que no son esenciales en lugar de concentrarse en estar bien con los unos con los otros en el amor y el perdón.
La Iglesia renovada a menudo sólo permite que los creyentes redescubran la vida que tenían en un principio, antes de que la institución la organizara para hacer su eficacia cada vez mas nula. De esta forma, la iglesia a menudo se convierte en un substituto de una relación dinámica con el Padre en la vida de la gente. Sucede tan sutilmente que pocos son conscientes de ello. Estamos tan ocupados manteniendo el programa y buscando necesidades, que nos adaptamos a una vida disminuida y diluida del Espíritu mientras crece la institución. Cuando esto ocurre, se hace énfasis en ser comprometidos y en la rendición de cuentas.

La Comunidad del Padre

Nuestros intentos de hacer de otros creyentes, o peor aún, de una institución llamada iglesia el objeto de nuestra confianza, de nuestro cometido o pensar que es a ella a quién debemos dar cuentas, es colocarla en el papel o función que se ha reservado sólo para el Padre. Eso suena peligroso, ¿no? Dios nos ha invitado a algo muchísimo mejor.
Desde los albores de la creación hasta la muerte de Jesús en la cruz, el plan del Padre ha sido siempre invitarnos a la plenitud de una relación con Él mismo.
Esto es lo que despierta el hambre en los corazones de las personas que desean conocer al Padre. No es necesariamente toda la parafernalia de la vida de la iglesia de hoy, sino el conocer a nuestro Dios y a Jesús, y poder compartir este camino con compañeros de viaje que están aprendiendo a seguir al Señor.
Esta es la conexión que Jesús estaba haciendo con sus discípulos en la última cena en Juan capítulos 14-17. Él quiso transferir la amistad que tenía con ellos para el Padre y consigo mismo al otro lado de la resurrección. “Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros.” (Juan 17:21)
Exactamente de la misma forma en que el Padre y Su Hijo compartieron la vida y el amor, él quería compartirlos con ellos también. Llegamos a experimentar esa vida y ese amor, compartiendo el gozo y la sabiduría. Jesús identificó a esa comunidad como la base por la cual los creyentes pueden encontrar su unidad y su capacidad para demostrar Su gloria al mundo. La vida de Dios no prospera en nuestra confianza en los demás, sino en nuestra fe en el Padre. La antigua manera nos deja dolor y amargura cuando fallamos. La segunda forma nos permitirá conocer a Dios en una plenitud cada vez mayor y, conmovidos por ella será imposible contener Su vida y Su amor.

La Vida del Cuerpo al estilo del Padre

Casi sin proponérnoslo el amor del Padre en nosotros se derramará provocando que los creyentes se amen los unos a los otros, que oren los unos por los otros, que se perdonen los unos a los otros, que tengan una nueva percepción, brindando dinero, ayuda y cualquier otra necesidad que otros pudieran tener.
Sólo en esa plenitud y en nuestra confianza en Dios para suplir nuestras necesidades vamos a poder compartir sin ningún tipo de expectativa a que nos correspondan o nos veremos sin ningún deseo de manipularlos para obtener una respuesta de ellos. Esta es la esencia de la comunión de los creyentes que libremente se aman unos a otros, sin embargo podemos ayudar, pero sin ningún tipo de coacción para conseguir que otros hagan las cosas a nuestra manera.
Trataremos este tema de nuevo en una edición futura, porque es muy importante. Fíjate que no he dado ninguna corrección institucional aquí. Lo que quiero que medites y consideres no es la estructura a la que asistes, sino tus relaciones con otros creyentes. ¿Estás tratando de confiar en ellos o demandando de ellos su confianza? Si es así, saldrás herido, porque vamos a fallarnos los unos a otros por nuestra propia carne, e incluso en momentos en que no entendemos la obediencia de otras personas al Padre.
Si tú has sido herido por esta razón, permítele al Padre sanar tu vida. Tu dolor, sólo da testimonio de que tu confianza esta fuera de lugar y, si te mantienes de esta manera, esto te impedirá encontrar la libertad para experimentar la vida de Dios y compartirla con otros.
Entonces, ¿Cómo podríamos definir nuestras relaciones con otros? Un hombre en Australia lo expresó muy bien: "Podríamos definirlo así, Wayne: en mi relación contigo ya no quiero que confíes más en mí, quiero ayudarte a confiar en el Padre como nunca antes. Si tú haces lo mismo conmigo, entonces estamos compartiendo comunión. Si yo lo estoy haciendo y tú no, entonces te ministraré o serviré, lo cual es un privilegio y gozo. Pero yo no estoy siendo engañado porque confío en el Padre para todo lo que necesito. "
¿Acaso esto no tiene sentido? ¿Y no es liberador?

(Resaltados añadidos.)

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